No hubo ningún debate en mi mente ni mi corazón. Necesitaba ponerme esa vacuna por muchas razones. Pero… siempre parece haber un ‘pero’. Quería la vacuna, pero le tengo miedo a las jeringas.

He estado en muchas situaciones en las que estalló la violencia, o casi, y nunca pensé mucho en mi seguridad, sino que respondía de la manera apropiada. Pero una aguja es otra cosa.

Mi cónyuge descubrió que podía ir al histórico Morehouse College en su facultad de medicina, para vacunarme, aunque me inscribiera en el último momento. La vacuna que se administraría era la de MODERNA y se deben recibir dos inyecciones para estar protegido.

Después de cuatro pruebas de COVID seguía dando negativo, y sentí que eso era positivo. En una clínica también recibí la vacuna contra la gripe antes de que pudiera comenzar el proceso mental sobre mi miedo a las agujas. Creo que he evitado contraer el virus al usar una máscara, el distanciamiento social, el uso de desinfectante de manos, el consumo de jalapeños y tequila.

Había vivido en Atlanta en los años 80 y estaba familiarizado con todos los Black Colleges de la zona, pero no había vuelto a Morehouse desde el 1988 aproximadamente. Y me sentí muy bien de estar allí. Morehouse fue donde MLK y muchas otras personas increíbles fueron a la escuela, y tiene un historial maravilloso.

Antes de partir hacia la clínica había visitado El Progreso, una pequeña tienda de abarrotes mexicana, con una cocina en la parte trasera de la tienda que sirve platos recién cocinados. Tuve “menudo” (plato hecho de estómago de vaca), que es una sopa picante a la que llamo “el desayuno de los campeones”.

La clínica estaba ubicada en un estacionamiento de concreto de varios niveles. Todo era muy organizado, con estudiantes de medicina y médicos para inscribirte y explicarte cada faceta de la vacunación. Tuvimos que ir a unas cuatro estaciones diferentes y luego, finalmente, a una donde te ponían la vacuna sin tener que salir del vehículo. Así fui pasando por cada una de las paradas.

En la primera estación me registraron, llené varios formularios y me dieron dos paquetes pequeños de Carmel Corn; pero estaba demasiado nervioso y ni siquiera podía pensar en comida.

En ningún momento tuve que mostrar ninguna identificación ni verificar con un documento que estaba calificado por edad. Además de la edad, la vacuna también estaba disponible para el personal médico y las personas de alto riesgo.

Me quité la chaqueta y el suéter, quedándome con mi remera roja que decía NINGÚN SER HUMANO ES ILEGAL. Quizás podría haber sido un residente indocumentado recibiendo su vacuna. Y me alegré de no tener que mostrar nada y de que tan solo mi palabra fuera suficiente. Quizás el que fuera una escuela de medicina en un campus educativo negro fue lo que marcó la diferencia.

Al acercarme a la estación donde ponían las inyecciones, ya me estaba poniendo tenso. Este pseudo-revolucionario estaba empezando a temblar frente a la idea de una aguja.

Entonces un miembro del personal médico llegó a la ventana de mi camioneta con su gran aguja y comenzó a limpiar mi hombro izquierdo con una toallita empapada en alcohol. Le pregunté si ¿esto duele? ¡no!, dijo ella, y me pidió que me relajara. Lo hice, y al instante me pellizcó la parte carnosa del hombro y me aplicó la inyección. A decir verdad, no sentí nada. Luego me puso una bandita en el brazo y me indicó que pasara a la siguiente estación médica.

Allí, en esta última estación, me preguntaron si estaba sintiendo alguna reacción. Revisé una lista de posibles reacciones que uno podría tener, aunque era muy raro que se dieran. Nos mantuvieron allí durante 15 minutos para asegurarse de que si había reacción pudieran atendernos, y si teníamos una, debíamos llamar levantando los brazos o tocando la bocina del vehículo. Luego me dieron más información de fondo sobre qué hacer si teníamos una reacción más tarde. También nos ofrecieron bebidas y algo de comida para picar, aunque todavía no estaba interesado en ninguna de esas galanterías.

Pruebas de que supere mi miedo

Me dieron mi tarjeta de vacuna y me dijeron que mi segunda inyección debe realizarse en algún momento entre el 2 y el 9 de febrero.

Sé de algunos de mis amigos que no creen en las vacunas y no se pondrán la vacuna anti-COVID. Y ese es su derecho, el de hacer lo que quieran con sus cuerpos. Yo solo espero que no contraigan el virus ni infecten a otros.

Tomé la vacuna porque quiero estar vivo y pasar más tiempo con mis seres queridos, y también porque quiero continuar con mi trabajo por los derechos humanos. Además, no quiero infectar a las personas que entran en contacto conmigo. De esta manera puedo salvar algunas vidas. Una de ellas, la mía propia.

Pero solo se los cuento para que sepan que mi tensión aumentará a medida que nos acerquemos al 2 de febrero, ¡y que es posible que necesite de alguno de ustedes para que me acompañe y me tome de la mano!

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