Desde que Puerto Rico fue invadido por las tropas estadounidenses dirigidas por el General Miles, el 25 de julio de 1898, se abrió una herida social que ha marcado el latir de las generaciones boricuas desde entonces. Esa herida es como un río cuyo cauce se vertió en diferentes riachuelos y, al sol de hoy, los riachuelos se sienten ríos y no extrañan el cauce de donde partieron. Tal vez eso explique la histórica incertidumbre que ha plagado, por más de un siglo, las vivencias y esperanzas de nuestro pueblo desde aquella invasión.
En el ocaso del siglo 19, Puerto Rico contemplaba la esperanza de concluir cuatrocientos años de colonialismo español y abrirse a un proceso autonómico que le hubiera dado una identidad política a la nación puertorriqueña. Sin embargo, en la alborada del siglo 20, Puerto Rico amaneció con la diana del Acta Orgánica de 1900, conocida como la Ley Foraker. Con ese amanecer las esperanzas autonómicas se hicieron sal y agua.
A espaldas del pueblo boricua y en los cuartos oscuros del Tratado de París, los nuevos colonialistas estadounidenses y los viejos colonialistas españoles se reúnen, pactan y negocian las esperanzas y futuros del pueblo invadido. Se extendía por los próximos 123 años, uno de los flagelos más perniciosos y letales en la experiencia política y social puertorriqueña, el colonialismo del siglo 20.
Sin embargo, esta espina clavada en el alma puertorriqueña no ahogó el clamor de justicia y autonomía. Desde los inicios del nuevo coloniaje se levanta la voz del poeta José de Diego con un profético soneto, “En la brecha”:
¡Ah, desgraciado, si el dolor te abate,
si el cansancio a tus miembros entumece!
Haz como el árbol seco: reverdece
y como el germen enterrado: late.
Resurge, alienta, grita, anda, combate,
vibra, ondula, retruena, resplandece…
Haz como el río con la lluvia: ¡crece!
Y como el mar contra la roca: ¡bate!
De la tormenta al iracundo empuje,
no has de balar, como el cordero triste,
sino rugir, como la fiera ruge.
¡Levántate! ¡revuélvete! ¡resiste!
Haz como el toro acorralado: ¡muge!
O como el toro que no muge: ¡¡embiste!!
Es un llamado a resistir el coloniaje, un llamado a defender la cultura, el idioma y la historia colectiva que son el alma patria. Esa voz poética de Diego es el reflejo de toda una poética nacional que viene expresándose desde Eugenio María de Hostos, Lola Rodríguez de Tió y Luis Muñoz Rivera, entre otros. Esta expresión literaria se convertirá en el arma principal de la resistencia puertorriqueña. Por eso, la presencia invasora estadounidense se convirtió en el tema principal de esa producción literaria.
Así se constata en la poesía de Julia de Burgos, Luis Llorens Torres, Virgilio Dávila, Luis Palés Matos, Juan Antonio Corretjer; sobre todo en los poetas del movimiento literario conocido como el atalayismo, que era una poesía radical y confrontativa, siendo uno de sus mayores exponentes Clemente Soto Vélez. Es esta vena poética la que va a mantener viva la identidad nacional puertorriqueña. A su vez, va a incitar a hombres y mujeres de la estatura de un Albizu Campos y una Luisa Capetillo al desarrollo de movimientos políticos como el nacionalismo y el movimiento feminista y obrero, respectivamente.
Por eso la obra literaria es lo que mueve el ideario colectivo de una nación, y Puerto Rico no es una excepción a eso. A este ideario colectivo se va a integrar la presencia del negro en la literatura y se convertirá en punta de lanza de la identidad del puertorriqueño. Luis Palés Matos va a ser el poeta que se atreva a tomar la negritud boricua como eje central de su expresión poética y de la identidad nacional. Así emerge un nuevo elemento de identidad, por siglos presente en la lucha por la puertorriqueñidad, la justicia y la soberanía. Su poesía exalta la expresión negra como parte integral de la expresión nacional puertorriqueña.
En el popular poema Majestad Negra, Palés derrama esa expresión, particularmente antillana y la contrapone al intento asimilador del coloniaje, “Por la encendida calle antillana / Va Tembandumba de la Quimbamba. / Flor de Tórtola, rosa de Uganda, / Por ti crepitan bombas y bámbulas; / Por ti en calendas desenfrenadas / Quema la Antilla su sangre ñáñiga. / Haití te ofrece sus calabazas; / Fogosos rones te da Jamaica; / Cuba te dice: ¡dale, mulata! / Y Puerto Rico: ¡melao, melamba!” (Fragmento).
Es la misma “tierra ensangrentada” que describe Corretjer en su poema Oubao Moin, un canto al heroico taino borincano, al negro resistente y al blanco marginado. Ese es el espejo en el cual Puerto Rico debe mirarse y rescatar esa poesía que aún retumba “por la encendida calle antillana” y se desplaza por la “tierra ensangrentada”. Nos dejaron en la memoria colectiva y en la sangre esa herencia de lucha y afirmación nacional. Nos toca a los puertorriqueños y puertorriqueñas de ahora completar la agenda centenaria por la soberanía nacional.