Filadelfia, PA- Abril es el mes de la concientización sobre el Trastorno del Espectro Autista (TEA), también conocido como “El mes azul”. Flor Pérez es madre de Jonathan, quien es el segundo de sus cinco hijos, y que fue diagnosticado con autismo a la edad de dos años. Flor recuerda que su bebé era distinto a su hija mayor. “Tenía que mecerlo para que se durmiera, a veces hasta me dolían los brazos, y le gustaba mucho brincar en la cuna, parecía no cansarse, lloraba por la noche a la misma hora, nunca gateó, le gustaban las cosas repetitivas, y no medía el peligro”. El niño tenía casi dos años y no hablaba, situación que la preocupó. Cuando lo consultó con su pediatra, le dijo que, al estar aprendiendo dos idiomas, se podía tomar más tiempo. “Yo aceptaba todo esto como normal, pensé que era mi culpa por no saber cómo educarlo”. Cuando un niño se porta distinto al resto, la gente suele decir que es malcriado o engreído, sin tomar en cuenta que esas conductas podrían tener razones médicas.
Flor regresó por un tiempo a Puebla, México, y buscó ayuda en la capital; allí Jonathan fue evaluado y diagnosticado con TEA. “Lo primero que me pregunté fue, ¿qué tengo que hacer?, ¿con qué se le va a quitar?, ¿con qué se cura?” afirma Flor. Le explicaron que el autismo es una condición de por vida. “Me dieron tres charlas para padres solamente, y no le dieron terapia al niño”,eso la desconcertó, y dijo, “sólo me explicaron el porqué de sus conductas, me enseñaron cómo tratarlo para evitarlas y cómo ayudarlo a hablar”. Se armó de valor para afrontar la situación y, aceptó que Jonathan era distinto a los otros niños de su edad.
Los familiares y cuidadores de niños diagnosticados con TEA deben saber cómo acercarse a ellos y qué actividades están aprendiendo, para que cada momento de interacción promueva nuevos aprendizajes. El entorno familiar da acogida, inclusión, mucho amor, entendimiento y aceptación; brinda el ambiente propicio para que desarrollen todo su potencial. “Trabajé duro para conectarme con mi hijo, le expliqué a sus hermanos que Jonathan era igual que ellos pero que necesitaba más ayuda. Él aun suele aislarse, pero con sus cuatro hermanos tiene con quien socializar”, mencionó Flor. El progreso ha sido grande, antes Jonathan no dejaba que lo tocaran, ahora su madre puede besarlo, abrazarlo, y jugar con él. Por ello, Flor está convencida que ser madre de un niño autista es un privilegio y una bendición. “Uno aprende mucho y descubre habilidades que no pensaba tener”, expresó.
Hoy, Jonathan es un joven bilingüe de 16 años, que disfruta de la naturaleza, se siente libre, no señalado, ni juzgado, y con espacio para explorar. Con su manera diferente de comprender y ver el mundo, este “príncipe azul” está aprendiendo su tercer idioma, el francés; le gusta la tecnología y busca convertirse en animador de caricaturas.
El secreto de esta madre ha sido el amor y la paciencia. “Como mamá, no tienes que darte por vencida, encuentra la salida; Dios nos diseñó guerreras y por eso nos dio estos hijos, descubran eso en ustedes… sólo les pido que no se desesperen, ¡luchen!”, finalizó.