“Todo tiene su justo momento y hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo: un tiempo para nacer y un tiempo para morir; un tiempo para plantar y un tiempo para cosechar; un tiempo para herir y un tiempo para sanar; un tiempo para destruir y un tiempo para construir; un tiempo para llorar y un tiempo para reír; un tiempo para estar de luto y un tiempo para saltar de alegría, un tiempo para abrazarse y un tiempo para renunciar a los abrazos”. Este bonito fragmento del libro bíblico del Eclesiastés nos viene como anillo al dedo para esta reflexión.
Ha llegado el tiempo de que nuestros niños regresen en forma presencial a las aulas. Este propósito es, por un lado, una necesidad, y por el otro, una apuesta. Necesidad, porque se han hecho evidentes los pronunciados efectos negativos del largo encierro de los niños, y en algunos lugares, el bajón en el rendimiento escolar; sea porque muchos niños no tienen fácil acceso a la red; sea porque muchos profesores no tienen las habilidades técnicas para una clase virtual atractiva y efectiva, o sea porque algunos alumnos se conectan a la computadora, pero en la realidad están distraídos.
El regreso a las aulas no deja de tener sus riesgos, y muchos padres no esconden sus temores ante la posibilidad de que sus hijos se contagien, ya que las vacunas han sido aprobadas para mayores 12 años, y aunque disminuyen altamente las tasas de contagio, aún las mutaciones del virus se pueden propagar. Por eso, tenemos que enfatizar que ¡es tiempo de tomarse las cosas con seriedad y sensatez!
Es hora de asumir que la pandemia, aunque disminuya, se va a quedar entre nosotros por mucho tiempo. Por ello, es tiempo de que cada adulto se informe a fondo sobre los riesgos y las seguridades que es urgente seguir. Si alguien se opone a vacunarse no puede ser obligado a ello. Pero oponerse a la vacunación no es sinónimo de oponerse al sentido común. Si eres de los que no se quiere vacunar, eso no te exime del deber de usar el tapabocas, de conservar la distancia; de guardar confinamiento ante posible infección y propagación. Es la forma de demostrar que, aunque te opongas a la vacuna, sigues siendo un ciudadano responsable y que piensas en la seguridad del otro. Llevar la mascarilla es una señal de respeto por aquellos que circulan cerca de nosotros y que pueden o no estar vacunados.
La sensatez y el sentido del buen ciudadano nos imponen el deber de informarnos con seriedad. Si creemos que todos mienten, que el gobierno miente, que los periódicos mienten, que las empresas mienten, que los científicos mienten, entonces, ¿en quién vamos a confiar?
Hay medios que tratamos de mostrar una visión de las cosas lo más imparcial y equilibrada posible, evitando sesgos de tipo político, religioso o cultural. Pero cada ciudadano responsable debe saber actuar a conciencia. Si así lo hacemos, nuestras acciones buscarán siempre proteger a nuestros congéneres, y en este momento en especial, a proteger la vida y la salud de los niños, en cuyas manos yace el futuro de nuestra nación y de la humanidad.