Falsamente me he imaginado a mí mismo como un buen samaritano por las obras que he hecho, como repartir algo de dinero en efectivo o comida a los desamparados, o por ayudar a las personas con mentes y corazones atribulados. Me he sentido bien por poder dar algo a alguien que lo ha necesitado y nunca esperar nada a cambio.
He tarareado en alguna ocasión mi mantra “Con los pobres quiero yo mi suerte echar”; aunque no me considero ni pobre ni rico, recuerdo mis raíces y mi lucha por ganarme la vida, y pasar de trabajador agrícola a activista comunitario.
A lo largo de los años, he visto a estudiantes, trabajadores, desempleados, pandilleros y otros responder, ayudándome en mis proyectos y, a menudo, simplemente agradeciéndome o dándome apoyo moral; como ocurrió el pasado 3 de agosto, donde estuve involucrado en un evento muy difícil pero asombroso. El apoyo que recibí no lo esperaba, pero fue muy inspirador recibirlo.
Era temprano por la mañana, me detuve en mi gasolinera favorita en la ciudad de Claremont, California, como parte de mi camino desde West Redlands hasta mi reunión en Hawthorne, al sur de Los Ángeles. Esta es una buena estación de servicio porque tiene sanitarios limpios y a menudo disponibles. Muchas estaciones de servicio han cerrado sus sanitarios desde la pandemia del COVID. Además, también hay un McDonalds y un Starbucks.
Me dirigí al sanitario, y cuando me acerqué a la puerta lateral del edificio, sentí que mi pie izquierdo resbalaba sobre un pedazo de basura resbaladizo; mi cara rebotó en el cemento. No tuve la oportunidad de frenar la caída con mis manos. Mi pensamiento inmediato fue el saber qué tan grave sería.
Quedé aturdido y sangrando por múltiples cortes en mi cara. Me asustó ver tanta sangre haciendo charcos justo frente de mí. Entonces, sentí dos manos firmes sostenerme por mis hombros, y un hombre arrodillado frente a mí me preguntó sobre mi condición y cómo me podía ayudar. Me dijo que quería asegurarse de que estuviera bien. En seguida fue a las islas de las bombas de gasolina a buscar toallas de papel para detener el flujo de sangre, y me preguntó si debía llamar al 911, y le dije que no –probablemente fue un error–. Hizo varios viajes para conseguir más toallas para limpiar la sangre que aún fluía de mi cara.
Me hizo saber que no le estaba permitido estar en la estación de servicio como para que pudiera mojar las toallas. Lo que me dio la impresión de que no tenía hogar. Con sus fuertes brazos y manos me ayudó a ponerme de pie. Yo estaba flácido y mis piernas inútiles. Le di las gracias y los pocos dólares que tenía en el bolsillo.
Caminé y pronto me topé con el sanitario de la gasolinera, me miré al espejo y pude ver el grave daño en mi cara; traté de limpiarme lo mejor que pude. Mucho después me encontraría moretones, dolor en ambas rodillas y en mis costillas. Parecía que me habían golpeado en una pelea de pandillas o por la policía.
Todavía estaba aturdido cuando salí del sanitario, quería ver al hombre que me ayudó, pero no lo pude encontrar. No recuerdo su rostro, etnia, nada sobre él; olvidé darle mi nombre y número de teléfono. Dos días después regresé en busca de ese hombre que me había ayudado, pero no lo hallé. Hasta el día de hoy, no encuentro su rostro en mi banco de memoria, pero sé que está ahí en alguna parte. Espero algún día encontrarlo.
Nadie más vino a ver cómo estaba en esa concurrida estación de servicio, tal vez pensaron que había consumido drogas o alcohol, o tal vez solo era otro vagabundo tirado por ahí, sangrando. Más tarde me di cuenta de que, ese día no había manchado de sangre mi camiseta. Subí a mi camioneta y pensé en la parábola bíblica del buen samaritano. ¿Quién era ese hombre que me había ayudado?, que no me juzgó. Un hombre que solo quería ser de ayuda. Era solo un hombre de buen corazón. Hay muchos más que no usan ropa fina, pero que tienen un buen corazón, que hacen lo correcto y ayudan a los demás.
Más tarde, fui a una clínica de atención de urgencias, y luego a la sala de emergencias de un hospital en la ciudad de West Redlands. Me había hecho un daño grave en mi cara y en mi cuerpo.
Todos tenemos la oportunidad todos los días de realizar un acto de bondad para alguien en algún lugar, ¿Qué nos lo impide?