Una campaña lanzada el jueves en Nueva York busca dar visibilidad a millones de trabajadores, la mayoría inmigrantes, en la cadena de suministro de alimentos, desde los campos agrícolas y granjas lecheras a los que trabajan en los comercios donde se venden o los restaurantes donde los sirven.
«Cuando se habla de comida, se habla de ‘las manos que nos dan de comer’ pero tenemos que centrarnos en las personas, porque son personas, no manos, en quiénes son y cuál es su papel para alimentarnos», comentó a Efe Mónica Ramírez, que fundó y preside la organización Justice for Migrant Women en Ohio y que ideó la campaña.
«Aunque nuestra comunidad tiene un impacto en la vida cotidiana de las personas, la mayoría de la gente no los conocen, no los ven, y creo que por esa invisibilidad que existe en la comunidad campesina, es que hemos sufrido explotación», indicó Ramírez, hija de campesinos mexicanos.
Pero la campaña no es negativa -afirma-, en el sentido de que no se enfoca en el sufrimiento o problemas que afrontan los trabajadores, y en esta primera etapa presentará las historias de 20 personas que trabajan en diferentes sectores de la cadena del suministro de alimentos para mostrar sus contribuciones.
La campaña consistirá en un vídeo y fotos con biografías que serán mostradas en universidades y restaurantes a través del país, cuyos dueños, reconocidos chefs, se han unido a la iniciativa, que se llevará a otros estados y el próximo año a México y Canadá.
HIJAS Y MADRES DE AGRICULTORES
Magdalena y Antonia, ambas mexicanas y portavoces de la campaña, son parte de los tres millones de trabajadores agrícolas que hay en este país, oficio al que han dedicado más de 40 años, que aprendieron desde niñas con sus padres y que luego continuaron con sus maridos e hijos.
Han sembrado, cuidado del cultivo y trabajado en su recolecta. El día para ambas comienza muy temprano y pueden estar en el campo hasta doce horas, seis días a la semana durante siete meses en Ohio, a donde viajan cada temporada desde su hogar en Texas.
Antes de salir al campo preparaban los alimentos para sus hijos, a los que matriculaban en la escuela local esos siete meses y luego los llevaban a Texas al final de la temporada, que discurre entre abril y finales de octubre.
«Cuando mis hijos crecieron ya no quisieron volver, pero nosotros continuamos viajando a Ohio», donde se siembran una variedad de alimentos como tomates, pepinos, manzanas o calabazas, comentó Magdalena, de 61 años y que ha dedicado 50 al campo.
«Uno tiene que buscar la forma de seguir trabajando, aunque tengas hijos. Tenemos que sacrificar muchas cosas y lo hacemos. Este es un trabajo digno, honesto», señaló.
Antonia, viuda de 46 años, ha dedicado cuatro décadas a este trabajo, primero con sus padres y luego con su marido, con el que viajaba a Alabama a recoger papa, camote y espárragos y luego a trabajar a Ohio, donde continúa su labor, de seis de la mañana a nueve de la noche, ahora sin su esposo.
Hace cuatro años está en una procesadora de tomate y habichuelas en ese estado porque los hijos de sus antiguos jefes ya no siembran.
«Mi esposo murió hace ocho meses y mis patrones viajaron a Texas y pagaron todos los gastos del funeral. No creí que seguiría yendo (a Ohio) pero fui este año con mis muchachos y mis nueve nietos, entre los diez años y tres meses. Es un lugar donde me gusta trabajar» y algún día lo harán sus nietos, comentó.
Ambas esperan que la campaña se extienda y cree conciencia de que «estamos haciendo el trabajo que mucha gente no quiere hacer porque es un trabajo muy duro» pero están orgullosas de hacerlo.