Buenos Aires, Argentina – Quiera uno o no, las fiestas de fin de año fueron, son y serán un momento de inflexión en la vida de toda persona que transpire sentimientos. En cualquier parte del planeta, y se esté donde esté, las emociones explotan y son inevitables las lágrimas por recuerdos de gente que ya no está con nosotros. Amigos y familiares que se fueron con la pandemia que todavía sigue haciendo de las suyas y otros motivos no tan funestos.
Es precisamente en el momento del brindis cuando la cabeza se llena de interrogantes; pero, insisto, ese no es el único motivo.
Desde hace varios años, la inmensa colonia latinoamericana que tomó la decisión de emigrar a distintos países padece de este fenómeno que más allá de los motivos originales que motivaron el exilio, calan hondo en el alma.
No descubriremos nada si decimos que Estados Unidos fue uno de los destinos elegidos por la mayor parte de los habitantes de distintos suelos. Tal vez por la cercanía o por la gran afluencia de habitantes latinos, fue que el idioma quedó en un segundo plano, al igual que la documentación que les otorga la legalidad para establecerse allí.
Con esa carga, reconozcamos también que no fue tarea fácil dejar en tierra firme a los miembros de la familia que desconsolados los fueron a acompañar, si fueron afortunados, hasta el aeropuerto, desde donde partieron con la maleta llena de ilusiones y emociones contenidas, y si bien en los primeros días en el nuevo país no hay tiempo para extrañeces, con el correr de los días, la ausencia de los amigos y familiares se va haciendo una carga difícil de soportar.
Fines de semana de encuentros, comidas organizadas sobre la marcha, partidos de fútbol con los compañeros del trabajo, y otras tantas actividades que quién sabe cuándo se podrán recuperar. Y ni hablar de cuando los primeros días de diciembre empiezan a asomar en el horizonte, y con ello, la ceremonia del armado del arbolito de navidad y la compra de los regalos, y toda la parafernalia que conlleva el rito más tradicional del cristianismo y que celebran hasta los que no tienen nada qué ver con la religión.
Son los riesgos que se corren: el cambio de vida por la acumulación de recuerdos; pasar de la alegría a la congoja en apenas unos minutos; cargar con culpas que no lo son y con nudos en la garganta que no disimulan en el canto de los villancicos.
La vida tiene estas alternativas de juego. Las barajas se repartieron aquel día, se fueron mezclando y se llegó a este momento entre guirnaldas y fuegos artificiales. ¿Seguir o no seguir? ¿Extrañar al punto de volver o cerrar los ojos llenos de lágrimas y jugar una mano más?
Las cartas están sobre la mesa, mientras tanto, levantemos la copa lo más alto posible para que pueda ser vista desde los miles de kilómetros que separan ambas realidades.