UN INICIO DIFÍCIL
Gilliam Ivette Lorenzo Rosa nació en el municipio de Comerío, en el centro de Puerto Rico, donde se crio con su mamá y sus dos hermanos. A los 6 años su padre se fue del hogar lo que la dejó muy triste. Ella deseaba tener una familia como la de sus primos, juntos todos.
“Desde niña siempre me ha gustado la naturaleza, las plantas, los animales y la tierra. Me encantaba dibujar, trepar árboles y jugar con las hojas. Solía tirarme sentada sobre cartones por toda la pendiente de la montaña”, relata. Después de la separación, algunos fines de semana se quedaba en la casa de su papá, donde convivía con la hermana de él y su esposo.
¡DÉJAME!
Un fin de semana durante una fiesta familiar, cuando Gil (como le dicen sus amigos), tenía 9 años, le pidió al esposo de su tía que la ayudara a sacar una tabla de la playa. Estaban solos, lejos de la reunión; él la miró, la empezó a tocar, y… “en ese momento mi cabeza se bloqueó por el miedo y la impotencia, estaba confundida”, recordó. Él la amenazó y la obligó a callarse. No habló con nadie por miedo a que la reprendieran. “Lloré mucho, sentí mucha culpa y vergüenza”.
Los días posteriores fueron un infierno porque ella tenía que esconderse de su tío cuando su tía no estaba. Gil comenta que cuando estaba en octavo grado él intentó tocarla nuevamente, y cansada de la situación, con voz fuerte y determinante lo enfrentó y le gritó “¡déjame $%#$%#!”, y él no volvió a acercarse a ella. Sin embargo, el daño físico y psicológico ya estaban hechos.
A la edad de 15 años, decidió hablar, y su mamá interpuso una denuncia contra el tío. La familia paterna se alejó de ella porque creyeron que eran inventos de una niña loca, y la relación son su padre se rompió. El proceso de dos años le causaron mucho estrés. Finalmente, el acusado quedó fichado con ocho años de libertad bajo probatoria, pero para ella la vida se le había destrozado.
EN DEPRESIÓN
“Avergonzada, sentía que la gente me juzgaba sin saber, y caí en una gran depresión”, nos relata. Tenía problemas para aprender, su mamá y su novio le ayudaban a estudiar. Ser organizada y responsable le dio paz y tranquilidad. Sin embargo, la ansiedad y la depresión la llevaron a estar por un mes en un hospital psiquiátrico de niños y adolescentes.
Gil logró graduarse de la escuela Hotelera de San Juan en artes culinarias, y consiguió empleo en un hotel, pero poco tiempo después tuvo que dejarlo por su embarazo de alto riesgo. Con 20 años, se convirtió en madre de su hijo, y cuatro años después de su hija, y se dedicó a ellos. “Nunca quise dejar a mis niños con alguien más, sentía miedo de que alguien les hiciera daño como a mí. Los padres deben escuchar a sus hijos”, expresó.
MARÍA
En septiembre de 2017, Gil y su pareja habían ahorrado, y por fin montarían su propio negocio, un vivero. Ella descubrió que su verdadera pasión eran las plantas, gracias a que su abuela le transmitió el gusto por ellas. Diseñar jardines era a lo que se quería dedicar. Y en octubre iniciaría sus estudios de paisajismo. Pero no contaba con los efectos de la crisis climática.
A la media noche del sábado 16, el huracán María había cambiado repentinamente de ruta y golpeó con gran fuerza las islas de Dominica, las Islas Vírgenes y Puerto Rico. Gil y su familia protegieron su propiedad como pudieron, pero la tormenta los alcanzó. El agua comenzó a entrar a su casa, las ventanas se rompieron. “Comenzaron a caer árboles, las cosas del jardín volaron, la tierra de la colina se deslizaba cada vez más, y la casa comenzó a temblar, y a hacer sonidos muy fuertes. Asustada tomé a mis hijos y nos resguardamos en el clóset, ¡fue horrible!”, nos platica. “A la mañana siguiente, cuando por fin pudimos salir noté que la casa de mi vecina ya no estaba, y la de mi amiga tampoco”.
Por fortuna, ellos y sus familiares estaban a salvo, pero todo estaba destruido, no había cómo reanudar su vida pronto. Así que decidieron migrar a los Estados Unidos, fue así como en 2018 llegó con su familia a California, pero dos meses después se mudaron cerca de Filadelfia.
PENSILVANIA
Gil y su familia recomenzaron su vida en los suburbios de Filadelfia, pero su salud mental iba de mal en peor, y tuvo que ser internada en un hospital psiquiátrico. La experiencia le fue horrible. Poco después una trabajadora social le habló de una organización en Norristown, condado de Mongomery, CCATE (Centro de Cultura, Arte, Trabajo y Educación), donde su vida comenzó a cambiar.
“En CCATE soy maestra voluntaria de jardinería, una actividad que me ha permitido ser líder, lo que hizo que mi autoestima mejorara, que me sintiera importante, y a tener confianza en mí misma. Me gusta pertenecer a esta comunidad donde todos se apoyan entre todos, y donde he tenido la oportunidad de realizar varios proyectos medioambientales. Mi sueño es tener una casita con un hermoso jardín y un columpio”, finaliza.
La vida que le ha tocado vivir a Gilliam le ha labrado un corazón resiliente, capaz de dar lo mejor de ella con amor, para ayudar a hacer de este mundo un mejor lugar para sus hijos y para todos. ¡Gracias Gil!