Nueva York, EE.UU.- Los miles de vendedores ambulantes sin licencia de Nueva York, que lejos de las calles más turísticas de Manhattan ofrecen todo tipo de comida, desde tamales mexicanos hasta pinchitos egipcios, están hartos de las continuas multas que reciben y quieren que se regule su situación.
A pesar de la nieve y el frío que estos días hacen tiritar a la ciudad, las ecuatorianas Gladis y Jenny llevan trabajando en la plaza de Corona, en el barrio de Queens, desde las cinco de la mañana vendiendo tamales, champurrados, arroz con leche y café a los trabajadores más madrugadores en la plaza de Corona.
«A veces nos han quitado la comida, nos la han tirado, aunque de la pandemia p´acá no han hecho nada. No tenemos trabajo, tenemos que dedicarnos a esto y yo tengo un niño de doce años y no consigo nada del gobierno, nada. Y a base de esto lo mantengo», cuenta Gladis a Efe, que se protege de la nieve con una sombrilla de playa.
Llevan en pie de guerra desde la irrupción de la covid y el pasado jueves, cerca de doscientos se concentraron en la céntrica plaza Herald Square, donde se cruzan la comercial calle 34 y Brooklyn para pedir a los legisladores estatales que apoyen dos nuevas propuestas de ley para que todos los trabajadores ambulantes reciban un permiso de venta basado en criterios de salubridad y no en la actual cuota de concesión de permisos.
«Estamos levantando la voz para que por fin aprueben esa ley y nos den permisos para trabajar dignamente. Es el único trabajo que tenemos para llevar un plato de comida a nuestros casas», dice a Efe, emocionada, Clotilde Juárez, una mexicana madre de tres hijos nacidos en Estados Unidos.
UN REFUGIO PARA LOS INMIGRANTES INDOCUMENTADOS
Juárez vende chalupas, antojitos de masa de maíz, en el barrio de Queens, «llueva, truene o caiga nieve» y explica que comenzó a vender en la calle hace dos décadas y que lo había dejado para trabajar en una lavandería, pero la crisis de la pandemia le dejó sin trabajo y le empujó a retomar su carro de antojitos.
Clotilde es una inmigrante indocumentada, como la mayoría de los miles de vendedores que se ganan la vida ofreciendo sus mercancías y comida en las calles.
«Todo lo que hacemos lo hacemos por mera necesidad. Es nuestra última opción, porque sabemos que llegan y nos recogen todo el puesto, nos lo tiran a la basura, nos sacan de los parques, pero si eres padre tienes que hacerlo, tienes que pagar la comida, pagar el alquiler», explica Juárez.
En la última protesta, convocada por la ONG «Street Vendor Project» tomó la palabra la senadora estatal Jessica Ramos, la patrocinadora de un nuevo proyecto de ley para agilizar las licencias a los vendedores de las ciudades de Nueva York de más de un millón de habitantes.
«Hemos visto durante mucho tiempo como el sistema actual ha penalizado a estos trabajadores, a estos innovadores a estos empresarios. (…) Hoy estamos aquí reunidos en Manhattan para asegurarnos de que la gobernadora y el alcalde nos escuchen, colaboren y legalicen la forma en que nuestra familias le dan de comer a nuestro hijos y mantienen nuestras comunidades pujantes», dijo, megáfono en mano, la legisladora.
En enero de 2021, el Concejo municipal de Nueva York aprobó conceder 4.000 permisos más a los vendedores de manera escalonada durante los próximos 10 años, con lo que la ciudad contará con 10.000 puestos ambulantes legalizados en 2032.
Una legislación que para la concejal por El Bronx Pierina Sánchez, «suena bien, excepto cuando nos ponemos a pensar que tenemos 20.0000 vendedores ambulantes en las calles hoy día».
Sánchez, de origen dominicano, recordó que su padre llegó como inmigrante a Nueva York en la década de los años 70 del siglo pasado y se ganó la vida vendiendo en las calles.
LICENCIAS PARA TODOS
Ramos, por su parte, insistió en que la nueva legislación no busca que se otorguen más licencias, sino que se establezcan criterios que garanticen la salubridad de los alimentos.
«Necesitamos que todos tengan permisos» para que puedan supervisarse los productos, para «regular lo que se esta vendiendo, asegurarnos de que sea saludable y protegernos a todo nosotros. Hay que ponerle orden a un sistema que no ha estado funcionando», agregó.
Entre carteles que pedían más permisos y menos multas, una vendedora empuja un carrito que en lugar de comida ofrece multas, decenas de sanciones reales recibidas por muchos de los trabajadores presentes.
«Este es un símbolo de las miles de sanciones que los vendedores de Nueva York están recibiendo», aseguró Mohamed Attia, director de la ONG organizadora de la protesta, y para quien el actual sistema de permisos de puestos ambulantes «fue creado bajo la influencia del racismo, la xenofobia y el clasismo», en alusión a que la mayoría de los ambulantes son emigrantes indocumentados.