Leno Rose-Avila

La siguiente es una historia personal cuando enfrenté al gobierno mexicano del presidente Carlos Salinas de Gortari (1990-1994). Protesté junto con otros por el asesinato de periodistas y activistas de derechos humanos frente al Consulado de México en Los Ángeles.

En la década de 1990, cuando estaba en Los Ángeles como director regional de Amnistía Internacional, ayudé a dirigir manifestaciones frente al Consulado Mexicano exigiendo justicia para los periodistas y activistas de derechos humanos asesinados y perseguidos por el gobierno de Carlos Salinas de Gortari (1990-1994).

“Todos tenemos que denunciar estos asesinatos de periodistas y activistas de derechos humanos”.

Tiempo después me llegó por correo una invitación para acudir a una importante conferencia en la Universidad de Stanford. Salinas de Gortari aparentemente también fue invitado, pero él protestó contra mi participación llamándome terrorista y exigió que no se me permitiera asistir.

Esta acusación se convirtió en una larga y prolongada pelea administrativa con la Universidad, en tanto yo luchaba para hacerles entender que no era violento. Al final, gané, y me invitaron nuevamente a la conferencia.

El presidente mexicano y yo sólo estuvimos en la misma sala durante el banquete de apertura, donde mi mesa estaba ubicada lejos de la de él. Yo había mecanografiado una carta que quería entregarle a Salinas de Gortari con el nombre de las personas que su gobierno había asesinado recientemente.

Esa noche había invitado a una buena activista de Amnistía para acompañarme a la cena. Ella se vistió luciendo como una estrella de cine, rubia, hermosa para el evento. Detrás de mí, en la mesa, de pie, estaban dos guardias de seguridad de Gortari, y dos personas de seguridad de la Universidad que me vigilaron de cerca, que incluso me siguieron hasta dentro del baño. Regresé a mi mesa con los cuatro hombres de seguridad a cuestas, probablemente los que se encontraban mirándome, pensaron que esos hombres estaban allí para protegerme del peligro. Cuando me senté, le mencioné a mi invitada, mientras me inclinaba hacia ella, que estaba frustrado porque no sería capaz de entregar la carta. Ella pensó un minuto, y suavemente me pidió que le diera la carta debajo de la mesa.

Disculpándose, se levantó, primero dio unos pasos hacia los baños y luego se volvió y se dirigió rápidamente a la mesa donde se encontraba Salinas de Gortari. Moviéndose hacia él, ella lucía una amplia y cálida sonrisa. La mujer se inclinó para estrecharle la mano y le entrego la carta, él la recibió y abrió con entusiasmo. Una vez que sus ojos vieron en la carta el membrete de Amnistía Internacional y mi firma, su rostro se amargó. Mi amiga le agradeció sin dejar de sonreír, y rápidamente regresó a mi mesa; pronto nuestras manos estaban unidas debajo de la mesa, y celebrando. Después de eso, yo estaba feliz, y finalmente pude cenar y disfrutar del resto de la noche.

Siempre debemos alzar nuestras voces en protesta y en el proceso de trabajar para proteger la vida de aquellos que se atreven a decir la verdad sobre la violencia y la corrupción de sus gobiernos y de sus sociedades.

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