Una persona sostiene un cartel durante una protesta ante la sede de la Embajada de Rusia en la capital mexicana, el 28 de febrero de 2022 en Ciudad de México (México). (Foto: EFE/José Méndez)

Buenos Aires, Argentina.- Allá por el siglo XIX el ex diputado de la Asamblea Nacional Francesa, Alphonse de Lamartine dijo “La guerra no es más que un asesinato, y el asesinato no es progreso”. En estos días aquella frase parece replicarse en cada noticia que llega desde Rusia o desde Ucrania, y que muestra hasta dónde puede llegar la mente desencajada de un líder de papel, que se aprovecha de las debilidades de un pueblo que lo único que quiere es escapar de semejante locura.

Pero lo que nos ocupa aquí, no son los misiles, las amenazas nucleares, ni los miles de muertes inocentes, ni las flagelaciones de apoyos mentirosos de países que se alinean atrás de una sigla de las organizaciones, que opinan desde el cómodo sillón de un despacho refrigerado y con una taza de café a su alcance.

Sabido es que las palabras blandas no entran en los oídos de los necios, ni tampoco le hacen cosquillas a un tipo que le encanta jugar a la guerra, como si la humanidad estuviera cargada en una Play Station y las muertes fueran nada más que una estadística.

Esta cruel y fatídica guerra que parece no tener un final inmediato está desparramando sus primeras esquirlas hacia más allá de las fronteras, y los países latinoamericanos están empezando a pagar las consecuencias que indefectiblemente repercutirán en los pueblos, que, a pesar de ser no beligerantes, también serán víctimas inocentes.

Las fichas de dominó, quiérase o no, ya empezaron su carrera descendente.

Las endebles economías de la mayoría de los países de América Latina, que ya recienten los golpes que se ven reflejados en el aumento de los precios de las materias primas de los productos que se producen tanto en Rusia como en Ucrania, sobre todo el petróleo y el gas, pero también otros, que desde un segundo plano, también influyen en las economías; como el aluminio, cobre, níquel, hierro, neón, paladio, titanio y otros productos en el ámbito alimentario, como el trigo, aceites e incluso fertilizantes. Los países habitualmente importadores de estos productos se van a ver profundamente afectados.

Este problema va a afectar aún más a las economías con altas inflaciones, porque ante la falta de insumos y las crecientes necesidades de abastecimiento en otros mercados no tan competitivos, habrá altas subidas de precios en transportes, electricidad, pan y otros productos alimentarios fundamentales para la vida cotidiana.

En esta parte del proceso, a nadie le importará (y menos a Putin) quién apoyó su embestida sangrienta, ni qué gobierno se escondió atrás de las ramas para no tener que dar su opinión al respecto, ni quién se congració con Ucrania y con la lucha de su pueblo; en esta bolsa de  consecuencias económicas, a todos les tocará su parte, porque si algo tienen las guerras, es que quienes las originan se convierten en ciegos, sordos y mudos, y lo único que les importa es convertirse en héroes de lata, sin importarles las consecuencias.

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