En una de mis vidas anteriores fui vendedora de bienes raíces. Mis clientes solían ser primeros compradores de clase media o media/baja. Con frecuencia, las familias que tenían hijos en edad escolar me llegaron a proponer que les encontrara cualquier cosa dentro del marco del precio que estaban dispuestos a pagar, sin importar mucho qué fuera o cómo se viera, siempre y cuando estuviera ubicada en una dirección cuya escuela asignada se destacara por su alto rendimiento académico. Entonces, en vez de ir a indagar a los motores de búsqueda que sirven a los profesionales del mundo inmobiliario, me iba a las páginas del distrito escolar a estudiar los reportes sobre las escuelas. En más de una ocasión, mis familias tuvieron que claudicar el sueño de una casa y conformarse con un apartamento en un barrio “fino”, léase muy residencial. Y esto era así porque las escuelas premiadas con cinco estrellas o consideraras tipo “A” (o cualquier otro tipo de métrica empleada para determinar el valor del desempeño escolar); estaban localizadas, por lo general, lejos de los vecindarios pobres y dentro de los suburbios donde viven las clases más pudientes.
Llegados a este punto, quizás se pregunte: ¿Y por qué?, ¿por qué están las escuelas con mejores recursos ubicadas en centros urbanos donde viven aquellos que gozan de mejores salarios e ingresos cuando debería ser lo contrario? Es decir, allí donde hay una necesidad más grande, debería haber escuelas con mayor cantidad de recursos.
Para subvencionar las escuelas públicas existen fórmulas, éstas determinan de dónde salen los fondos. Las tres fuentes principales para mantener el costo de una escuela pública son: el gobierno estatal, el gobierno federal y el condado. El condado recauda fondos principalmente a través de la recolección de impuestos sobre la vivienda, entre otros.
Ahora bien, un ciudadano que vive en un vecindario donde el precio promedio de las casas es de medio millón de dólares pagará un porcentaje más alto de impuestos que otro ciudadano cuya residencia esté valorada, digamos en $115,000. De ahí que, la porción de impuestos que recauda el condado para mantener la escuela pública en un lugar caro será más alta que la porción de impuestos pagados por residencias ubicadas en barrios de gente trabajadora. Como resultado, se crea un tipo de segregación socioeconómica.
Aquellos que tienen, aportan y reciben muchos más. Y las que no tienen para aportar mucho, reciben poco. En otras palabras, hay igualdad, porque la fórmula es aplicada a todos por igual, pero no hay EQUIDAD. Por definición, equidad significa “dar a cada uno lo que se merece en función de sus méritos o condiciones” y también “cualidad que consiste en no favorecer en un trato a una persona perjudicando a otra.”
En vista de que la fórmula es la fórmula, y eso no ha podido -hasta la fecha- cambiarlo nadie, las familias de bajos recursos están destinadas a no romper nunca con las cadenas de la desigualdad económica, siendo condenadas a mandar a sus hijos a escuelas con menos recursos, lo que puede derivar en un mediocre desempeño educativo. Y es por esa razón que su servidora y The American Federation for Children creen y luchan por defender opciones escolares para todos. A fin de que nuestros niños, especialmente aquellos más desfavorecidos, puedan tener acceso a una educación de alta calidad independientemente del código postal donde les haya tocado vivir.