Una mujer llora a su esposo e hijo muertos en un bombardeo del ejército israelí en la Franja de Gaza, en el hospital de Jan Yunis, el 5 de diciembre de 2023. (Foto: AP/Fatima Shbair)

Dicen que cuando nacemos, hacemos borrón y cuenta nueva. Nacemos dispuestos a aprender, a amar y quizás a odiar.

Años de investigación y experiencia nos han enseñado que podemos crear un círculo de amor y respeto o, por el contrario, crear un torbellino de miedo y odio entre nuestros hijos y, sí, entre algunos adultos.

¿Alguien quiere odiarte, destruirte? Veamos qué se necesita para ello.

Esto puede hacerse evidente ya en la escuela, a través del acoso a niños indefensos.

Se puede demonizar a toda una población haciéndola menos que humana, y así, hacer que sea más fácil matarla de hambre, torturarla o eliminarla. Esto ocurre todos los días en todo el mundo.

En el proceso, se les puede negar la educación, el derecho al voto, al agua potable y a los alimentos. Puedes negarles el acceso a las instalaciones gubernamentales y decidir que el sistema judicial los puede discriminar. Puedes encontrar formas de encarcelar a estas personas demonizadas más rápido y durante más tiempo que a la gente en el poder.

Miremos, por ejemplo, las medidas que se tomaron para trasladar a los indígenas de EE. UU. a tierras desérticas, y las vidas que se perdieron. Habían tachado a estos primeros americanos de «salvajes», que no debían ser considerados humanos. Así pudieron arrebatarles sus tierras y trasladarlos a reservas estériles, donde muchos murieron en el intento.

Fíjate cómo trajeron a este país a los esclavos negros, como si no fueran más que un animal agrícola, y cómo robaron las tierras a los granjeros y ganaderos mexicanos. Y, sí, el linchamiento se utilizó mucho como forma de oprimir a negros, mexicanos e indios. Y los vestigios de este miedo y odio siguen existiendo hoy en día, y han infectado a los más altos tribunales del país.

¿No es esta una buena manera de desarrollar una clase de gente que quiera odiarte?

A nivel internacional, vemos tierras controladas por una superpotencia, que niega a sus habitantes la condición de país; el agua, la electricidad y el derecho a circular libremente. Algunos creen que los oprimidos nunca llegarán al poder; así que, por qué preocuparse por ellos y por sus vidas de miseria.

Sudáfrica hizo pasar hambre y mató a tantos en su empeño por mantener un sistema de apartheid; demonizó al CNA, el Congreso Nacional Africano; y su narrativa le contaban al mundo lo malvado que era Nelson Mandela.

Podríamos hacer justo lo contrario, y enseñar amor y tolerancia en lugar de inculcar el odio y el miedo.

Las Naciones Unidas y Estados Unidos, con su poder, sus dólares y su influencia, guardan silencio, demasiado silencio, mientras se olvidan los derechos de las personas, los inmigrantes y los refugiados, que salen de sus países huyendo de la violencia, el hambre, la opresión y una muerte segura si se quedan.

Los niños recordarán quién mató a sus familias y quién destruyó sus hogares, y querrán justicia o venganza.

Las revoluciones no llegan por una tesis académica que hable de derechos humanos, aunque es una ayuda tener este conocimiento; sino que la fuerza motriz del cambio es la opresión de un pueblo. Y aunque el cambio es difícil y morirán muchos inocentes, llegará un momento en que los oprimidos se levantarán y exigirán sus derechos humanos y su lugar en la historia.

El poder es la adicción más peligrosa, y quienes lo tienen harán cualquier cosa para mantenerse en el poder y seguir oprimiendo a los demás.

¿Te gustaría que la gente te odiara o preferirías que te respetara y apreciara vivir contigo en una comunidad justa y libre?

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