Un manifestante porta un símbolo de paz, mientras los agentes federales iniciaban su retirada el miércoles 29 de julio de 2020. AP vía VOA

“Cuando los historiadores tomen sus bolígrafos para escribir la historia del siglo XXI, que digan que fue esta generación la que finalmente derrumbó las pesadas cargas del odio y que la paz finalmente triunfó sobre la violencia, la agresión y la guerra. Así que les digo, caminen con el viento.

Este es el último párrafo del ensayo que el hermano John Lewis escribió antes de morir el pasado 17 de julio. Creo que estas palabras no pueden ser más precisas y pertinentes para el momento histórico que nos ha tocado vivir. Esto nos lleva a una reflexión honda sobre los motivos y razones que nos impulsan a luchar, a exigir, incluso a entender por qué luchamos por lo que luchamos.

John Lewis conoció las sombras del miedo y los aullidos del prejuicio racial en plena carne propia. En el devenir de su infancia palpó la incertidumbre de un día salir para la escuela y tal vez en su regreso ser lanzado al cementerio o quedar guindado de algún árbol del camino. A pesar de su ciudadanía estadounidense, por ser negro, no tenía garantía de protección civil, ni él ni su familia… ni su comunidad.  Me puedo imaginar sus ojos de niño tratando de entender los sustos que de día ladraban como rayos de sol y de noche cabalgaban como sombras amenazantes buscando piel negra para saciar pasiones blancas.

Sin embargo, estas tétricas experiencias no fueron alimentadas ni por el odio ni por la venganza. Por supuesto, la frustración, el coraje, la indignación de que toda su familia y comunidad fuesen acechadas por las lúgubres muecas del odio racial, eran sentimientos normales que cualquiera en situaciones similares sentiría. Pero contrario a lo que esperaban sus angustiadores, John Lewis, su familia y su comunidad se armaron de un alto sentido de justicia, de paz y esperanza. Desde ese impenetrable chaleco moral comenzó a levantarse una comunidad resiliente, de donde salieron hombres como Martin Luther King, mujeres como Rosa Park y jóvenes como John Robert Lewis.

Escogieron el camino más espinoso, el de la justicia y la libertad. Es el camino que escogen los hombres y mujeres que sienten un alto llamado espiritual del alto cielo de los cielos. Un llamado a servir a su gente no ha servirse de su gente. Eso exige que marches con los que marchan, que te golpeen con los que golpean, que te encarcelen con los que encarcelan. Así se formó John Lewis, de una larga lucha contra la opresión y de afirmación de una comunidad que luchó y lucha por su bienestar y progreso. Eso explica la pasión de Lewis por la justicia y la paz. Eso no lo heredó de su carrera política, eso le corría por sus venas. Cuando tienes esa vivencia, vives para contarla y aun en la muerte te coronas de esa paz de haber corrido la buena carrera, de haber dado la buena batalla.

John Lewis y su comunidad es un ejemplo para emular. Sobre todo, para nosotros los puertorriqueños y latinoamericanos en la diáspora. Es de ese tipo de experiencias y luchas que se forjan hombres y mujeres de ese calibre.

Nosotros tuvimos a una Antonia Pantoja, que dejó un legado que sigue vibrando en el corazón de muchos de nuestros jóvenes. Tuvimos un Gilberto Gerena Valentín en Nueva York, quien se hizo voz de la diáspora boricua en los años 60 y 70 y dejó un marcado legado por la justicia. Tuvimos un Arturo Alfonso Shomburg, quien fue uno de los influyentes del Renacimiento de Harlem en Nueva York a principio del siglo 20.

Lo que no tenemos es una visión común como comunidad. No nos vemos como parte de una comunidad migrante que ha cruzado desiertos, mares y cielos, que ha dejado atrás familias, patria y recuerdos, que dejó las espaldas en fincas, plantaciones y fábricas, y aún no sabemos por qué estamos aquí.

Edificio de la Mujer en San Francisco ayuda a inmigrantes y refugiados durante pandemia. Cortesía Edificio de la mujer

A los ciudadanos afroamericanos les tomó más de quinientos años de opresión para despertar y romper con leyes y estructuras que impedían su progreso.

¿Tendremos nosotros que pasar 500 años en la diáspora para darnos cuenta de cómo nos oprimen, que podemos honrarnos por lo que somos, que podemos ser una diferencia real para el futuro de nuestra América?

Decía el hermano John Lewis, «Métete en problemas, problemas necesarios y ayuda a redimir el alma de América.”

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