Buenos Aires, Argentina – El dictador venezolano Nicolás Maduro lo hizo de nuevo. Gracias a la manipulación descarnada de los votos y al apoyo cómplice de Irán, Cuba, China, Rusia, Bolivia. Nicaragua, Ecuador y alguno que otro más, volvió a mentirle a la población y a faltarle el respeto a la humanidad ungiéndose como ganador de las corruptas elecciones electorales de Venezuela.
Es indudable que el miedo no es tonto: una derrota ante el candidato opositor Edmundo Gonzáles Urrutia (en lugar de la proscripta María Corina Machado) lo hubiera llevado directamente a la cárcel, sencillamente porque se hubiese quedado sin la impunidad asquerosa con la que se manejó en estos últimos años desde que sucedió al también dictador Hugo Chávez tras su muerte.
Esta vez, gracias también al aparato estatal que tan bien maneja a discreción, se encargó de desarrollar una estafa electoral inmensa que asombra e indigna al mundo. Ni siquiera le importó que su contrincante hubiera arrasado en las urnas con una evidencia clara en cada una de las actas electorales donde se repetía la diferencia de 30 puntos a favor del ex embajador venezolano en la Argentina. Similares guarismos que se habían obtenido en cada una de las bocas de urnas que se fueron captando durante la jornada electoral.
Pero este robo empezó mucho antes. La primera demostración de autoritarismo se vio reflejada en la proscripción a la candidata María Corina Cabello, quien hubiera sido su oponente de origen; también manipuló e impidió que millones de venezolanos que habían escapado del horror de su dictadura pudieran sufragar en los países que les dieron trabajo, salud y dignidad.
Los números son claros. En Colombia, de los casi tres millones de venezolanos fueron habilitados 7000; en Perú 589 de 1.600.000. En Chile 2659 de 532.715, en Argentina 2638 de 220 mil y en Estados Unidos nadie de los 535 mil. Impunidad al máximo poder.
Otro de los motivos que obligaron a Maduro a cometer el fraude más grande de la historia de América Latina es debido a la inmensa cantidad de causas que lo rodean y las cuentas que debería rendir antes la Corte Penal Internacional que lo investiga por crímenes de lesa humanidad, delitos que fueron documentadas en infinita cantidad de veces por la Oficina del Alto Comisionado de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. De hecho, el último de los informes se refería al “alarmante aumento en las desapariciones forzadas antes de las elecciones presidenciales”.
A Maduro también le pesaba el riesgo de la extradición por numerosos cargos de narcotráfico que lo tienen bajo la mirada expectante de la DEA en los Estados Unidos. No sin merecimientos, es catalogado por la Fiscalía del Distrito Sur de Nueva York de ser uno de los “capos” del Cartel de los Soles, en complicidad y acompañamiento de gran parte de la cúpula militar venezolana.
Nada es casual. La mayoría de los gobiernos del mundo y sus líderes se sumaron a la condena de este hecho eleccionario sin precedentes y desconocieron los resultados. Todos hablan de fraude y de manejo inescrupuloso de las actas de votación que nunca pudieron ser consultadas por los fiscales opositores.
Es muy triste darse cuenta de que el pobre pueblo y los millones de venezolanos esparcidos por el mundo seguirán sufriendo el maltrato déspota de un aparato montado para mentir, robar y maltratar a quienes una vez más le han robado las esperanzas de un nuevo mundo.