Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror…
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
y no saber adónde vamos,
¡ni de dónde venimos!…
(Rubén Darío, poeta nicaragüense)
No es tranquila la vida en Nicaragua, y nadie se arriesga a predecir un futuro de flores que no tenga que ver con lo funesto de la situación.
Los números de las encuestas, que esta vez parecen no mentir, hablan de una oposición de casi el 70 por ciento en contra del vitalicio presidente Daniel Ortega, que no parece tener ganas de alejarse del sillón que lo tiene como un espectador privilegiado del desconcierto de sus rivales. Los expertos aseguran y con muchísima razón, que la unión de todas las fuerzas es el único camino posible para llegar con ciertas esperanzas a un futuro mejor.
Imposibilitados de realizar manifestaciones y protestas en contra del gobierno, ya sea por la Pandemia mundial y el riesgo permanente (dentro y fuera del Covid-19) de terminar confinados en una cárcel, los habitantes nicaragüenses ven achicarse el tiempo de organización para luchar contra el enemigo. Los líderes de las distintas agrupaciones lo toman como una pelea despareja e injusta, pero nada de eso le preocupa a José Daniel Ortega Saavedra.
Es más, el sociólogo y ex guerrillero sandinista, Oscar René Vargas, fue muy claro cuando le pidieron una opinión acerca de la situación actual de su país y el papel de quien él rescató hace más de 50 años de una muerte segura. Dijo Vargas: “Ortega está feliz. Ve que se van dividiendo. No tiene que empujarlos, sino simplemente alimentar los egos y crear la posibilidad que todos puedan correr mientras mantengan la idea que la lucha política es por las elecciones.
Con demasiadas individualidades y sin un programa que propicie una posibilidad cierta de pelea electoral, Ortega espera con cierta “tranquilidad” las elecciones que recién se llevarán a cabo en noviembre del año próximo. Controlado el Poder Electoral y el Poder Judicial, la situación parece no tener lugar para una oposición que haga trastabillar el sillón presidencial.
“Divide y triunfarás”, dice el dicho tan viejo como las dictaduras, y ese tal vez sea el principal cometido de un presidente que, paradójicamente, se siente poderoso teniendo apenas un 30 por ciento del apoyo de su pueblo. Incluso la iglesia pareció haber actuado subliminalmente el año pasado y no sin poca polémica, cuando ordenó el retiro del Obispo Silvio Báez, uno de los más críticos al gobierno de Ortega.
Y como si todo esto fuera poco, el COVID-19 está haciendo estragos en Nicaragua. Según datos oficiales, ningún otro país de Latinoamérica tiene menos casos. Y aquí la política entra también en juego, porque de acuerdo a dichos de la oposición, el gobierno está tratando de “esconder” los muertos y relativizar los alcances de los números fatales, catalogándolos de muertes por “neumonías atípicas”.
Las quejas también apuntan a una deficiente y cuestionada estrategia sanitaria de prevención al coronavirus, ya que no se ha determinado ninguna medida de aislamiento para frenar la pandemia.
El doctor Álvaro Ramírez, asesor de Epidemiología de la Asociación Médica de Nicaragua, asegura que “la inacción del gobierno, podría tener consecuencias catastróficas para el segundo país más pobre de América Latina”.
Así las cosas, Nicaragua afronta uno de los peores momentos en sus 200 años de historia. La vida política transformada en un rompecabezas, con piezas desparramadas por toda la mesa y el peligro latente de un desmoronamiento sanitario, que podría tener ribetes inimaginables, que escapan a la mente de los dueños del poder.
Recursos: https://www.enriquebolanos.org/articulo/La_Independencia_de_Nicaragua