demócrata

La madrugada del miércoles 6 de noviembre quedará en la memoria de millones de votantes demócratas y de los que le apostaron a la fórmula Harris-Walz como el recuerdo de una “noche negra”, ya que, tras haber escuchado durante semanas a los estrategas del partido, a politólogos y “pundits” de los medios que tenían esperanzas de que Harris se impusiera al trumpismo, los republicanos de MAGA tuvieron una inesperada aplastante victoria, lo cual desmintió las encuestadoras que les daban un empate técnico.

La reacción primaria y frustrada de muchos editoriales y columnistas ha sido salir a recriminar lo que consideran «un bajísimo nivel de educación y la poca conciencia política y moral» de los votantes republicanos, independientes y exdemócratas que optaron por Trump. Otros han tildado a esos votantes de ingenuos, tontos, y hasta traidores, en especial a los latinos, quienes ya se ha demostrado que no tuvieron toda esa influencia en el triunfo del trumpismo, y que su aumento del voto a los republicanos fue primordialmente de jóvenes que, cabe recordar, eran unos niños cuando Trump entró al escenario político, por lo cual lo han normalizado.

Otros han criticado al presidente Biden por no retirarse antes, o a la vicepresidenta Harris por no tomar distancia de su jefe actual, por irse demasiado a la izquierda, o por irse demasiado a la derecha aceptando endorsos como los del exvicepresidente Cheney.

Son muchos los factores que jugaron en contra, pero no se debiera menospreciar ninguno ni escudarse en que es una tendencia mundial pospandémica.

Son cada vez más los que coinciden en que el Partido Demócrata cerró los ojos ante las innumerables señales de alarma que constelaban el camino.

No asumieron a tiempo los clichés superados de que los latinos votan PD, “porque es el partido de los inmigrantes y los pobres”; los negros deben votar azul, “porque es el partido antirracista y defensor de los derechos civiles”; las mujeres deben votar por Kamala porque es “la campeona del derecho al aborto”; o que los trabajadores debían votar al PD “porque es el partido que protege a los sindicatos”.

El columnista Brendan Buck, de NBC News, expresó que quizás no a todos los millones que votaron por Trump les gustaba el candidato; pero con él expresaron su rechazo a la percepción de que el país va por mal camino, de que el Partido Demócrata se encuentre apresado por la extrema izquierda. Cada vez son más los analistas que advierten que el querer imponer la cultura “woke” es contraproducente, como ya Obama alertaba.

El periodista John Harris en The Guardian se cuestionó que “quizás debamos considerar que si 75 millones de americanos han preferido a un convicto insurrecto para regir sus destinos, tal vez debamos aceptar que millones de ciudadanos simplemente están hartos de nosotros; hartos de la izquierda y de nuestra pretendida superioridad moral”.

Si bien esto explicaría la victoria “republicana”, no hay que perder de vista que, de 75,5 millones de ciudadanos que escogieron a Trump, la mayoría fueron hombres blancos, seguidos por mujeres blancas, y que entre los votantes se ven identificados machistas, antisemitas, misóginos, antinmigrantes, homófobos, fascistas, xenófobos, supremacistas, tránsfobos, sexistas, aislacionistas, etc. Y si bien no todos se consideran así, y tuvieron muchos otros motivos entendibles, para dejar de lado los desfiguros del líder del movimiento MAGA, (que se adueñó del Partido Republicano), votaron por la fórmula Trump-Vance sin reparar en las consecuencias, que ya se empiezan a entrever.

No todos los que votaron por ellos son racistas, pero todos los racistas votaron por ellos; y en un escenario como el que se está viviendo en EE. UU no basta con no ser racista, es necesario ser antirracista. Al cierre de esta edición las noticas anunciaban que un vecino de Montgomery se atrevió a ondear una bandera nazi en su propiedad.

Aunque muchos creyentes y moderados, al sentirse el “patito feo” de la familia demócrata, han ido desertando, al parecer no cayeron en la tentación de irse con el que consideran un enemigo de su fe y sus convicciones. Probablemente sean parte de los millones menos de votos que no se le otorgaron a ninguno de los contendientes en estas elecciones, y prefirieron no votar contra sus principios.

En medio de todo este gran debate, lo más asertivo es realizar un examen sesudo y desapasionado, y tratar de “resintonizar” lo más pronto posible con las bases erosionadas, y conectar con los independientes y los apáticos, para llegar en mejor situación a 2026. Y mientras tanto, formar coaliciones y accionarse contra los potenciales atropellos a los derechos humanos y civiles.

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