Buenos Aires, Argentina- Maradona siempre jugó al fútbol y siempre jugó a hacer trampas piadosas.

Lo hizo en pleno mundial, en el mítico estadio azteca jugando contra Inglaterra, cuando de la mágica galera que llevaba consigo, hizo aparecer la “Mano de Dios” para hacer el gol diferente, y que se le quiere hacer a cualquier enemigo. Al rato nomás y para despejar cualquier duda acerca de sus poderes, les hizo trampa a cinco o seis defensores para marcar el mejor gol de todos los tiempos. Y no fue la única…

También les hizo trampa a los simpatizantes de todos los equipos argentinos haciéndolos abrazar desconsoladamente más allá de sus camisetas y de sus colores y sus rivalidades eternas y sus mezquindades egoístas que no sirven para nada, más que para pelearse. Y para conseguir ese milagro, le bastó con ponerse la camiseta albiceleste con el “10” en la espalda y tirar caños, gambetas y cantar el Himno Nacional con lágrimas en las venas.

Diego Maradona, a lo largo de su tumultuosa vida les hizo trampas piadosas a políticos, presidentes, sumos pontífices, funcionarios y líderes de cualquier rango, postura y país y a cualquiera que se creyera que estaban usando la imagen de él. Se burló poniéndose las remeras con sus caras y sacó beneficios personales y para sus amigos, que le sobraban, sobre todo en su mejor época.

También se hizo trampas piadosas así mismo, haciéndose creer que podía dejar las drogas y el alcohol cuando él quisiera y para colmo, estuvo creyéndolo por años. Sus caprichos y su constante rebeldía lo llevaron al estado de ostracismo frecuente y a mentirse sobre los límites y los excesos, que lo estaban llevando irremediablemente al final de sus pasos. Con actitudes de autoflagelación y de saturación personal. Pero ahí también jugó a las mentiras y engañó a la muerte, saliendo airoso de cuanto hospital lo tuvo como habitante extremo

Maradona, durante toda su vida, le hizo trampas piadosas a una pila de mujeres crédulas de sus promesas de amor y les regaló hijos, que después de mucho tiempo, fue reconociendo y a los cuales pensaba sentar alrededor de su mesa para festejar su cumpleaños número 60, que, por causas de la pandemia, no pudo concretar.

Se le va a extrañar. A su persona, al pasaporte que representaba nombrarlo en cualquier lugar del mundo, a sus apariciones inesperadas en los lugares más inesperados aún y a todas las noticias de último momento que aportaba a la vida, a pesar de que su nombre ya sea parte del estadio del Nápoli, al igual que una calle de su Villa Fiorito natal.

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