Norristown, PA – El 31 de diciembre del 2019 a las 23:59 horas, despedíamos el año con un “¡Feliz año 2020! ¡Sorpréndeme!”, y no nos defraudó. Nunca imaginamos que viviríamos uno de los eventos económicos, ecológicos, sociales y de salud más trascendentales en la historia reciente de la humanidad. El 2020 se convirtió en el año de las víctimas y los héroes, pero, sobre todo, de retos y de aprendizaje.
Todo comenzó en noviembre de 2019, con la noticia del surgimiento de un microorganismo nuevo: el coronavirus SARS-CoV-2, un virus esférico adornado con puntas de proteína semejando una corona, miles de veces más pequeño que la punta de un alfiler y, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), responsable de la enfermedad bautizada como COVID-19, la cual originaría una de las pandemias más costosas de todos los tiempos.
El virus se propago rápidamente por todo el mundo. El 20 de enero se tenía el reporte de 282 casos confirmados; un día después, se registró el primer caso de COVID-19 en EE. UU. y, el 13 de marzo, la OMS declaró a Europa como el nuevo epicentro del coronavirus. La emergencia de salud pública se reconoció como pandemia. El “quédate en casa” y “debemos aplanar la curva” se convirtieron en los lemas universales. Pero al tener que salir, la mascarilla, la distancia social y el lavado de manos se establecieron como las mejores estrategias para prevenir el contagio. Así, el cubrebocas se convirtió en la prenda de moda del “outfit” 2020.
Inmediatamente se generó un frenesí de compras por pánico. Para muchos se detuvo su actividad económica, como en los restaurantes, gimnasios, salones belleza, centros recreativos etc. Otros, afortunados, se adaptaron al home office. Los niños dejaron de asistir a la escuela y convirtieron el comedor o la sala en salón de clases. Las amas de casa, los médicos y trabajadores de actividades esenciales se convirtieron en los héroes de esta historia, y a quienes hemos reconocido, en la práctica muy poco. Para otros, la emergencia incrementó sus ingresos, como la venta de equipo de cómputo, contratos de servicio de internet y de paquetería. Y por su lado, los noticieros se saturaron con los reportes de la evolución de la pandemia.
En EE. UU. se han presentado tres picos en el número diario de contagios confirmados, de acuerdo con lo reportado por la OMS y la Universidad de Medicina Johns Hopkins. El primero de ellos en abril (38,509 casos), debido a que, en ese momento, no teníamos información del virus ni de cómo tratar la enfermedad; no había suficiente personal médico, respiradores, ni espacio en hospitales; el tratamiento sólo era paliativo. Posteriormente, se empleó la dexametasona y el antiviral remdesivir (Gilead Sciences Inc.), autorizado en mayo por la FDA (Food & Drug Administration), para su uso de emergencia en pacientes con COVID-19.
En el mes de julio se presentó el segundo pico (74,354 casos), provocado por el inicio del verano, la reactivación de la economía, la salida de aquellos que estábamos cansados del encierro, y a causa de las constantes protestas posteriores al asesinato de George Floyd; pero también, por la incertidumbre y el desconocimiento entre la población sobre las medidas de prevención. “¿Por qué usar la mascarilla?, esta imposición es injusta y coarta mi libertad”, decían y siguen insistiendo algunos.
Fue evidente la falta de liderazgo de algunos mandatarios a nivel mundial, que no han sabido ser de ejemplo ni lidiar con la situación, y hasta se conjetura que, en Estados Unidos, les costó la reelección presidencial.
El tercer pico se inició en el mes de noviembre, con más de 193,734 casos de contagios confirmados, y un repunte de 218,617 casos al 5 de diciembre, el más alto reportado hasta ahora, y que se les atribuye a las celebraciones de Halloween y Thanksgiving, cuando muchos no respetaron las medidas establecidas para prevenir el contagio; dicha situación ha puesto de nueva cuenta en jaque al sistema de salud.
Sinceramente, no sé cómo despedir este año, no sé si agradecerle o aborrecerlo. Es claro que aún no hemos aprendido la lección. Por un lado, esta pandemia nos brindó la oportunidad de conocernos más, de reinventarnos, de descubrir nuevas habilidades en nosotros y ser más creativos. Y, por el otro, experimentamos partidas sin despedidas, lidiamos con la depresión y la ansiedad, y aprendimos a extrañar lo que teníamos, y a aceptar que no habrá regreso a la normalidad, porque la que conocíamos ya no existe. ¡Sigamos adelante, esto aún no termina! Espero que este 2020 sea el final de un año pandémico, y no el inicio de una década de más “sorpresas” inmanejables.