Creo que una de las decisiones más difíciles de quien decide migrar es precisamente eso, decidir migrar. Decidir dejar atrás una vida y construir otra, lejos de nuestra tierra, apostando por “lo mejor está por venir”. El sentimiento que genera la incertidumbre de aquello que nos espera es fuerte, sin embargo, lo es más la causa que nos ha motivado a migrar (trabajo, seguridad, hambre), como ha sucedido con la comunidad hispana migrante de los Estados Unidos.
Migrar a los 40 años no es lo mismo que hacerlo a los 20 o a los 5 años, como tampoco lo es hacerlo solo o en familia, con o sin documentos. El arraigo tampoco es el mismo. Las cosas, las vivencias y la gente que se extrañan generan un dolor diferente. Y qué decir de aquellos niños que llegaron siendo bebés; o de los que nacieron aquí pero de padres inmigrantes. Para ellos la situación es más confusa porque no tienen ningún arraigo, no tienen que extrañar, no comprenden el idioma, las costumbres, o la gastronomía de sus padres. Al mismo tiempo, tampoco pertenecen del todo a esta tierra. Sin duda, tener una identidad o un sentimiento de pertenencia es primordial para cualquier ser humano.
Cuando llegué a Pensilvania, ese sentimiento de no encajar en esta sociedad se apoderó completamente de mí, hasta que conocí el Centro de Cultura, Arte, Trabajo y Educación (CCATE). Recuerdo que la primera vez que llegué a este lugar, inmediatamente sentí como estar en casa. Vi gente que se veía igual que yo, que hablaba igual que yo. La calidez con la que me recibieron fue extraordinaria. Miré niños riendo, jugando, dibujando, pintando, tecleando en las computadoras, tocando la guitarra; y mujeres carcajeando reunidas alrededor de una mesa compartiendo una clase de tejido, un cuadro que me evocó las reuniones con mis tías en casa de mi mamá. Así de alegres y platicadoras.
Todos compartían una historia de migración, con una misma identidad y un mismo sueño. Todos compartiendo sus talentos y habilidades, siendo maestros y al mismo tiempo alumnos. Me enamoré del panorama. No había duda, yo quería ser parte de ello, de una comunidad que se auto regeneraba. De inmediato, me integré a la comunidad CCATE como parte de las maestras de la clase de jardinería, y luego de la clase de ciencias ambientales. Estaba ávida de compartir mis conocimientos con hombres, mujeres y sobre todo con los niños. Niños que hablaban en español y en inglés, muchos nacidos aquí, pero conscientes de su origen hispano.
A un año de compartir con la comunidad de este centro, puedo decir que ya soy parte de esta familia. Y que ahora tengo otro panorama de aquel primer día; aquellos niños no sólo reían y jugaban, aprendían de las costumbres y la cultura hispana, sus raíces; que no sólo dibujaban y pintaban, sino que estudiaban arte y lo practicaban desarrollando obras dignas de famosas galerías; que no tecleaban en las computadoras, sino que estudiaban informática y edición de videos; y quienes tocaban la guitarra, también cantaban y tocaban otros instrumentos como parte de su clase de música regional latinoamericana.
Que aquellas mujeres reunidas en esa mesa hacían más que platicar, organizaban las sesiones mensuales de salud y nutrición. Además, eran parte de un movimiento llamado “Artivismo”, donde el arte y el activismo se unen con un objetivo en común. Ellas son unas sobresalientes representantes en los suburbios de Filadelfia. En aquella ocasión, las artivistas se preparaban para una exposición titulada “El difícil arte de migrar”; sin duda, nadie mejor que ellas entendían lo que esta frase significaba.
Las obras creadas por la comunidad se han expuesto en eventos y escenarios tan importantes como la Organización de Estados Americanos, el Museo de Arte de Filadelfia, Fundación Barnes, y el Centro Annenberg de artes escénicas.
Los niños aquí son tan importantes como cualquier otro hombre o mujer. Son niños seguros de su identidad y orgullosos de quienes son. Todos trabajando bajo la premisa de “Todo el conocimiento del mundo, de todos y para todos”. Hace un año, mi visión acerca de cómo funciona este mundo cambió para siempre, y me siento feliz.
Ahora estoy orgullosa de ser parte de esta comunidad, del grupo de profesores de jardinería y ciencias ambientales, y al mismo tiempo alumna de la clase de inglés y del taller de escritura, y algún día también de la clase de fotografía y de cine.
Por este año, y por todos los que vienen, gracias, Diana, Caitlin, Gilliam, Lulú, Lupita, Laura, Reyna, Mariana, Perla, Inés, Holly, Charlotte y, ¡a ti también Obed!
“¡Seamos realistas, hagamos lo imposible!”, CCATE.