Las empresas deben tener flexibilidad, formar a sus empleados constantemente y facilitar la promoción a cargos superiores. Nombrar jefes entre su personal, sin recurrir necesariamente a contrataciones exteriores, evita el temido “bored out”, aburrimiento causado por hacer siempre lo mismo, sin albergar la esperanza de un cambio.
Cuando el trabajador puede aspirar a un ascenso, se incrementa su creatividad, el afán de superación y la sana competitividad entre los miembros del equipo.
Sin embargo, convertirse en jefe de los que hasta ayer eran compañeros, no suele resultar sencillo. El promovido se sentirá feliz por el reconocimiento y las nuevas perspectivas profesionales, pero tras esa satisfacción, puede experimentar emociones complicadas. Hay quien tiene miedo, no se ve a la altura o cree incluso no merecerlo, por más que haya deseado el puesto. También puede que más de uno desee correr con la misma suerte o que el ascendido no se vea capaz de liderar a sus colegas. Para afrontar con éxito un ascenso es necesario:
Ser humildes. Tanto si el nombramiento ocurre por ser el más preparado de la empresa como si no, nadie lo sabe todo y conviene permanecer en constante formación para desempeñar el cargo asignado, trabajar más que nadie, estar abiertos a las críticas y tener presente que se es buen líder solo si se tiene un equipo al cual liderar.
Hablar con cada persona, no en grupo. Hay que dejar claro a los compañeros que un nuevo cargo no significa ser alguien distinto. Somos los mismos pero con nuevas responsabilidades y aunque el desempeño profesional será diferente, los lazos personales no cambiarán.
Garantizar la igualdad. Puede que tuviéramos amigos inseparables con los que tomábamos café cada día, pero eso no tiene que suponer prerrogativas laborales ni agravios comparativos. Es importantísimo ser imparciales, tanto con los que se alegran sinceramente del ascenso como con quienes están en desacuerdo e incluso con los que hayan intentado boicotearlo.
Ejercer la autoridad sin autoritarismo. Un líder no es un jefe, es alguien que se pone a la cabeza de un equipo para conseguir un fin. Hasta ayer caminaba al lado de sus compañeros y hoy los guía. La misión y los valores son los mismos; tan solo la visión ha pasado a ser diferente. La unidad solo se consigue con confianza, buena comunicación, y sentido de la equidad, jamás con imposiciones.
Sin prisa, pero sin pausa. No es necesario hacer cambios brucos el primer día, porque pueden provocar oposición, miedo y rechazo. En palabras de Confucio, “los cambios pueden tener lugar despacio. Lo importante es que tengan lugar”.
Manejar las emociones. Un líder tiene momentos de difícil soledad, debe tomar decisiones impopulares, superar el miedo a equivocarse, asumir responsabilidades, escuchar tanto a los que les halaguen como a quienes le critiquen, pedir valoraciones constantes y estar dispuesto a reconocer los errores. Surgirán roces y asperezas que es necesario saber manejar y debe constituir una formación más en la labor de liderar con éxito.
Por último, convertirse en líder no debe ser un cargo de por vida. Hay que estar dispuestos a ceder el sitio, a cambiar de puesto, a ascender o a descender… Lo importante es que nunca nos marchemos igual de cómo llegamos, tendremos el saber acumulado de una nueva experiencia.
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