“¿Cuál es el hábito fundamental que debemos desarrollar hoy?”, me preguntaron en estos días. Hasta hace poco, hubiera respondido que la escucha, porque te permite abrirte al otro, a su perspectiva, a su mundo. Es una habilidad además para recoger información, que te ayuda a tomar mejores decisiones.
La respuesta era también el reflejo de mi experiencia. Gracias a la escucha he podido conectarme con historias y situaciones muy distintas a la mía. Ha sido la premisa para abrirme a lo desconocido y me ha dado la posibilidad de construir amistades improbables.
En años más recientes, he venido hablando de la escucha generativa, siguiendo los escritos de Otto Scharmer. Esta es la capacidad de escuchar a la vez a todo un sistema, con sus disonancias y contradicciones. En una palabra, escuchar es acoger, porque es tener abiertos la mente, el corazón y la voluntad. Creo que no puede existir el ejercicio de un liderazgo auténtico y consciente sin la capacidad de escucha.
Pero hoy pienso que la escucha, entendida como una habilidad de la comunicación efectiva, no es suficiente. Necesitamos hacer énfasis y desarrollar una actitud más profunda, que tenga raíces en las profundidades de nuestro núcleo interior. Me refiero a una actitud de la mente y del espíritu que es fundamental para que la escucha involucre no solamente al órgano auditivo, sino también a todo nuestro ser. Estoy hablando de la quietud.
En su libro más reciente, Ryan Holiday presenta a la quietud como aquel atributo capaz de inspirar nuevas ideas, de afinar la perspectiva, y de iluminar conexiones. La quietud es capaz de generar una visión y nos ayuda a resistir las pasiones de las masas. Además, permite la gratitud y el asombro.
Finalmente, la quietud nos permite perseverar, tener éxito. Es la llave que desbloquea las intuiciones más valiosas y profundas. Por la complejidad del mundo en el cual vivimos hoy, no puede haber innovación sin quietud, porque es la que nos permite una conexión profunda con la realidad y visualizar el futuro que quiere emerger. Es en momentos de quietud que la imagen del futuro deseado se presenta a nuestra mente como una intuición fuerte, que nos absorbe.
Para una filósofa como Simone Weill, la quietud era fundamental para la comprensión. De hecho, permite la atención plena y dejarnos penetrar por la realidad o el objeto que estamos contemplando. Para ella, la atención es un “esfuerzo negativo”, porque requiere la suspensión de nuestros deseos, suposiciones y prejuicios.
Al orientarnos hacia el otro, nos despegamos de nosotros mismos. Solo siendo vacíos, en un estado de desapego, podemos dejar que la realidad nos penetre. La quietud, entonces, se revela como una experiencia de atención total, de empatía radical, de compasión profunda. De esta actitud y experiencia nace la innovación, que es la creación de un futuro esperado a partir de una profunda conexión con la condición del presente.