Esta semana estuve un poco desconcentrada. Me costó mucho concluir tareas pendientes en mi vida personal y en el trabajo. Supe por medio de una red social, que dos compañeros de trabajo están batallando, día a día, para arrancarle a la vida sus mejores momentos.
Leyendo sus testimonios, con mucha atención, sentí que una tristeza invadía mi cuerpo y mi alma. Físicamente, la tensión empezó a esparcirse de la cabeza a los pies. La aflicción estrujaba mi estómago. Respiré profundamente por unos minutos y dejé que la tristeza embargase mi cuerpo. No me resistí. Sentí que las lágrimas afloraron la amargura de mi alma con cada gota húmeda que se esparcía en mi cara. Interiormente, me sentí impotente ante una difícil realidad. Pensé en los muchos seres humanos que comparten las mismas historias de fortaleza, cuando son diagnosticados con enfermedades crónicas o mortales.
Reflexionando sobre sus testimonios, encontré un denominador común: la resiliencia de la vida. El deseo de vivir cada minuto, regocijándose de las cosas simples del día a día, estando en compañía de nuestro círculo de familiares y amigos. Disfrutar de los hobbies: dibujar, pintar, viajar…
La meta: Dejar huella en el tiempo, y no que el tiempo pase sin dejar huellas. Sus palabras reflejaban valentía y coraje para afrontar con optimismo la oportunidad de vivir cada día al máximo.
En esa introspección personal, pensé que muchas veces nos olvidamos de vivir. Esta vida moderna nos hace autómatas de nuestra propia existencia. Diariamente tenemos una lista de cosas para hacer y marcar. Corremos como si el tiempo se esfumase de nuestras manos. Me pregunté: ¿Por qué no disfrutar más a menudo de la caricia de nuestros padres, abuelos e hijos y archivarlas con emoción en nuestras memorias?
Es muy doloroso saber que alguien muy cercano a nosotros puede dejarnos de un momento a otro, porque nadie tiene la vida comprada. Somos caballeros andantes por este mundo, librando nuestras propias batallas individuales. En los ojos de estos dos seres humanos pude observar su optimismo y su deseo de vivir. Pensé en su fuerza espiritual, y ese empuje llenó mi espíritu de coraje para vivir mi vida con mayor propósito y pasión.
Con cada mañana y cada ocaso tenemos la oportunidad de crear un nuevo cuadro, con experiencias positivas y memorables. ¡La decisión está en nuestras manos!
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