Hay memorias individuales o colectivas que nos dejan tatuajes profundos en el alma. Estos drenajes emocionales representan ríos profundos, cargados de experiencias vividas, arrasando a su paso no solo alegría o tristeza, esperanza o decepción, coraje o furia; sino también, la fuerza y el ímpetu por seguir viviendo. Sin duda alguna, la pandemia nos deja marcas de reflexión sobre el ayer, el hoy y el futuro de la existencia humana y sus valores.
Navegando entre el yin y el yang
Este concepto de dualidad se acentuó mucho más con el pasar del tiempo. De una manera figurativa, una línea tenue y frágil dividía la vida entre un antes y un después de la propagación del mortal virus. Por un lado, la vida moderna y agitada del pasado se convertía, sin exigirlo, en una vida simple y de mucha calma.
Así, los segundos se convirtieron en minutos y los minutos en horas, aguardando ese paso lento del tiempo. De igual modo, los días se convirtieron en meses y los meses en un año de reflexión. El COVID-19 no daba tregua a la humanidad y esta mostraba su impotencia entre las dos caras de una misma moneda: vivir o morir.
Desnudando al tiempo
A muchos les asustó la sencillez de la vida durante los meses de cuarentena –aunque muchos la seguimos viviendo–. La vida moderna, antes del COVID-19, había sido programada para cubrir las 24 horas del día con descanso, trabajo y actividades diarias. Desde los primeros rayos del alba, en el amanecer, hasta el caer del ocaso, en el atardecer, nuestra vida seguía un horario rígido de tiempo medido al milímetro.
Durante este período, el tiempo ya no era un obstáculo. Como una magia blanca, la vida que conocíamos se esfumó. Así, empezamos a prestar atención a actividades que por falta de tiempo las habíamos puesto en el baúl de los recuerdos; muchos fuimos a su encuentro y le sacudimos el polvo. El resultado fue que empezamos a crear.
Reinventando la rueda de la esperanza
Este nuevo despertar nos está invitando a diseñar una vida con propósito. La decisión de forjar una nueva generación con optimismo y creatividad está en nuestras manos.
Recordemos cada promesa de vida en su último aliento; cada lágrima de profundo dolor y el beso ausente de alguien que partió. Todos ellos forman parte de la tierra fértil de nuestra naturaleza. La pandemia sigue azotando a su paso a los que aún, con testarudez, no creen en ella. Necesitamos reinventar, con esperanza, una vida colectiva con oportunidades y aspirar a la equidad para todos, la verdadera esencia de la justicia.
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