¡El COVID-19 paralizó mi vida! No sabía ni cómo ni porqué había ocurrido este cambio de 180 grados en mi rutina diaria. De un momento a otro –y cómo en una película futurista–, empecé a vivir una realidad a la cual no estaba preparada. De repente, me tuve que adaptar a lo incierto del día a día –usando máscaras, guantes, desinfectantes y siguiendo protocolos de salubridad–, para crear un nuevo formato de convivencia colectiva a la distancia.
El estrés del confinamiento
Durante los tres primeros meses de libertad condicionada –por qué así me sentí–, reflexioné mucho sobre las prioridades de mi vida. Recordé, con nostalgia, aquellos momentos de conversaciones amenas envueltas en risas y abrazos con mi familia. ¡Empecé a añorar lo que la pandemia me robó!
Sentí mucha tristeza, porque todo a mi alrededor era desolación. Personas allegadas y conocidas, empezaban a contagiarse del COVID-19; algunos sobrevivieron al virus y otros, partieron solos –en la cama de un hospital–, sin el calor humano de una despedida familiar o del rito de un último adiós. Meses después, la incógnita del contagio estaba latente en mi mente y corazón –y está aún–, como un denominador constante en todas las actividades y facetas de mi vida.
Aprendiendo de las experiencias
Como en un campo de batalla, mi instinto de supervivencia estaba en un máximo estado de alerta. El querer vivir día a día, en el presente –no en el ayer y no en el futuro–, alimentaba la llama de la esperanza de un mañana prometedor, en la cual hubiera vacunas disponibles para mitigar la pandemia –un año después, hay tres vacunas disponibles en EE. UU. autorizadas de emergencia por la FDA (Food and Drug Administration): Pfizer, Moderna and Johnson & Johnson–.
He aprendido, más que nunca, que todos –y aquí sí puedo generalizar– formamos parte del ecosistema de la vida, y que estamos interconectados a un nivel global; lo que sucede en un área del planeta, tiene repercusiones, positivas o negativas, en un ámbito mundial.
A seguir construyendo
El tiempo no vuelve hacia atrás –nada será como antes–. Más de medio millón de personas han muerto por causa de la pandemia, solo en este país. Tenemos que reflexionar y aprender de las lecciones del pasado para poder reconstruir el futuro, viviendo cada día en el presente –por lo menos, esa es mi filosofía de vida–. Cada uno de nosotros tiene una historia de resiliencia y superación diferente que contar. ¡Que nuestras narraciones colectivas nos unan!
¡Pasemos juntos la antorcha de la esperanza!
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