Es bien sabido que la pandemia ha afectado la salud mental de muchas personas, tanto en nuestra región como en el resto del mundo. Algunos expertos han compartido la impresión de que las consecuencias de este virus maligno podrían manifestarse en un aumento de las tasas de ideaciones suicidas, intentos de suicidio o el suicidio mismo.
Estadísticas recientes muestran los desencadenantes de esta terrible determinación, se deben al aumento de la angustia, la ansiedad y la depresión, especialmente en los trabajadores de la salud, además del consumo de alcohol y las adicciones; junto con otras consecuencias del confinamiento como el desempleo, la inestabilidad laboral, rompimientos sentimentales o el aislamiento social, que han afectado negativamente sobre las condiciones de vida.
A medida que avanzan las restricciones y el encierro, la sombra del suicidio se ha ido expandiendo, llegando a niveles de preocupación. El suicidio, sin dudas, es la manifestación más extrema de necesidades de atención de salud mental. La Organización Mundial de la Salud, revela que más de 800.000 personas se suicidan cada año, lo que representa una muerte cada 40 segundos. La mayoría de los suicidios son de hombres. También alerta sobre un repunte de trastornos psicológicos debido precisamente a la expansión de este virus por el mundo.
Creo que es evidente que cuando las autoridades gubernamentales de cualquier país toman las medidas que consideran suficientes para luchar contra la pandemia, no miden las consecuencias que pueden ocasionar en la mente de la gente que no está preparada. La economía y la salud mental pagan las culpas de las decisiones apresuradas y fáciles de implementar, pero que casi siempre fallan. Un poco por eso, y otro poco por la falta de información, es que el desgaste anímico toma el protagonismo y estalla en la cabeza de algunas personas ya predispuestas.
En su libro de investigación “Hablemos del Suicidio” los periodistas argentinos Marcela Ojea y Fernando Tocho, hacen un recuento en particular de la situación en Argentina, y son muy claros cuando aseguran que “hay que hablar de suicidio para prevenirlo y tratarlo en forma responsable, de esa manera estos hechos son evitables. Se necesitan –siguen diciendo– programas de asistencia, capacitación y prevención, ya que los casos van en aumento”. También señalan que Google incorporó a su buscador las recomendaciones y sugerencias para la salud mental en el marco de la pandemia. “Se trata –dicen– de iniciativas dadas a conocer a partir de los lineamientos de la OMS”.
No resulta descabellado entonces hacer un paralelismo entre lo que escriben estos jóvenes periodistas y lo que está pasando en el mundo y en particular en Latinoamérica.
Precisamente, los resultados muestran diferencias por países entre los patrones de edad y la trayectoria de esta causa de mortalidad. Uruguay manifiesta los niveles más altos de suicidio junto con Cuba en adultos mayores. Hallazgos como los que en este estudio y otros similares proveen, respecto a la tendencia del suicidio en la región de Latinoamérica y el Caribe, podrían servir como punto de referencia para valorar el impacto de la pandemia en esta problemática global sobre la salud mental.