María Juárez sufre ataques de pánico desde hace años, pero sus niveles de ansiedad empezaron a subir cuando la COVID-19 llegó a México en marzo, pues desde entonces ha tenido tres fuertes sucesos.
«Uno de los más difíciles fue un día que tuve que ir al súper y alguien me tocó el hombro. Tuve miedo de infectarme. Salí a llorar y a tratar de respirar», cuenta a Efe la diseñadora gráfica de 29 años en el marco del Día Mundial de la Salud Mental, que se conmemora este sábado 10 de octubre.
Para María, el coronavirus ha exacerbado sus problemas y, aunque previo a la pandemia ya contaba con ayuda psicológica, ahora también ha requerido la asistencia de un psiquiatra para mantener la tranquilidad.
María Elena Medina Mora, jefa del Departamento de Psiquiatría y Salud Mental de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), explica que, si bien aún no existen cifras específicas del impacto de la COVID-19 en la salud mental, sí se sabe que esta pandemia generará un aumento de la demanda de estos servicios.
«Esto presionará más al muy limitado sistema, por ello se requieren cambios, mayores presupuestos y mejor distribución de los recursos», asegura la experta.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la salud mental es el bienestar que una persona experimenta como resultado de su buen funcionamiento en los aspectos cognoscitivos, afectivos y conductuales, y el despliegue óptimo de sus potencialidades para la convivencia, trabajo y recreación.
Esta condición está determinada por factores sociales, ambientales, biológicos y psicológicos.
No tener una buena salud mental, apunta Medina Mora, significa que la persona enfrenta condiciones que le impiden desarrollar su potencial.
«Lograr que la población conserve la salud mental, además de la salud física, depende, en gran parte, de la realización exitosa de acciones de salud pública, para prevenir las enfermedades, tratar y lograr que los pacientes puedan reintegrarse a la sociedad», expone.
La especialista detalla que entre las principales enfermedades mentales están la depresión, la ansiedad, la epilepsia, las demencias y la esquizofrenia, y la mitad de ellas surgen antes de los 14 años.
El 20 % de los niños y adolescentes a nivel global ya tienen problemas de salud mental, advierte la OMS.
SUICIDIO, UNA CONSECUENCIA
Pedro Ruiz, publicista de 25 años que perdió su trabajo en noviembre de 2019, justo antes de la aparición del coronavirus, reconoce que desde su juventud sufría de ataques de depresión que, incluso, le llevaron a tener ideas suicidas.
Ante la falta de trabajo y el aislamiento social, Pedro se refugió en el alcohol, la marihuana y los antidepresivos, lo que le hizo caer en una espiral de malos sentimientos que le llevaron a pensar de nuevo en quitarse la vida.
El suicidio, según expertos, es una posible consecuencia de los trastornos mentales, con una tasa de mortalidad de 7,3 por 100.000 habitantes en Latinoamérica.
Se estima que la pandemia podría incrementar hasta en 20 % los suicidios en Latinoamérica, donde la población más vulnerable es la más joven.
Los factores de riesgo para desarrollar enfermedades mentales «han aumentado debido a la pandemia», asegura Ángel Prado García, director general adjunto de Operación y Patronatos de los Centros de Integración Juvenil (CIJ) en México.
Las llamadas a servicios de atención psicológica han incrementado, afirma, aunque «esto no quiere decir que los intentos de suicidio hayan aumentado, sino que por la pandemia ahora están más disponibles los servicios a través de computadoras y atención telemática».
Pedro encontró trabajo en julio, lo que ayudó a subir su ánimo, además de que el desconfinamiento paulatino le ha permitido visitar amigos, y cada semana toma terapias en línea con una psicóloga.
«Hoy tomo alcohol, pero le he bajado. Ya no me siento en un círculo vicioso. Empecé a leer, a hacer ejercicio. He aprendido a controlar mi ansiedad», relata.
MAYOR INVERSIÓN
La salud mental es un asunto desatendido y olvidado pese a que debería ser una prioridad en el sistema de salud, lamentan especialistas.
«Las enfermedades mentales comenzaron a tratarse fuera del sistema, y el primer nivel de atención no las considera preferentes, en parte porque los afectados no saben cómo buscar ayuda ni cómo reportar sus síntomas», señala Medina Mora.
En consecuencia, los enfermos graves mueren entre 10 y 15 años antes de la esperanza de vida porque su comorbilidad no recibe atención, y no hay comunicación clara entre individuos con esta experiencia, médicos e instituciones.
En tanto, el doctor Prado García puntualiza que la atención de la salud mental debe empezar desde la primera infancia, cuando el cerebro es más vulnerable a los factores del medio ambiente, pero también cuando mayores logros se obtienen de una buena estimulación.
«Es necesario establecer estrategias para que el médico general pueda identificar lo más pronto posible los problemas y realizar un diagnóstico rápido y certero», dice.
Sin embargo, criticó, el presupuesto destinado a salud mental en México es apenas del 2,4 % del total para salud en general.