Migrantes haitianos se ganan la vida en Monterrey, México, después de una larga travesía por varios países de Suramérica. Muchos han decidido quedarse en México.
Malthe, un migrante haitiano que llegó a Monterrey hace cuatro meses, se gana la vida haciendo empanadas.
En una pequeña mesa de madera, vende empanadas fritas y huevos cocidos, un típico desayuno haitiano en una nación con costumbres diferentes.
«A mí me gusta México porque yo vivo tranquilo aquí», afirma.
Su actual situación migratoria, sin embargo, no le ha permitido conseguir un trabajo estable.
«Nosotros el problema que tenemos acá son los papeles, porque sin papeles no podemos trabajar. Me gusta Mexico para vivir, yo vivir tranquilo aquí», dijo el migrante.
Fedler Domerscar, otro migrante haitiano, se embarcó en una difícil travesía hasta llegar a Monterrey buscando un mejor futuro. Ahora busca un permiso de trabajo y traer a su familia a México.
«Si yo tengo papeles para vivir acá, se vienen los niños míos acá, para vivir junto conmigo», dijo Domerscar.
Ambos hombres viven afuera del albergue casa INDI, junto a más de 1.000 otros migrantes. Algunos duermen en el interior del albergue, otros en tiendas de campaña, comiendo y lavando en plena calle. Según los directivos de este albergue, alrededor del 90 por ciento de los migrantes haitianos han decidido quedarse en Monterrey.
A pesar de la barrera idiomática y otros obstáculos, algunos ya han conseguido empleo.
Marcelin Pierre, también migrante haitianno, se gana la vida como albañil. Le pagan 3.000 pesos mexicanos por semana, que le alcanzan para pagar casa y para comer, dijo.
Una travesía a lo largo del continente
Los migrantes haitianos atraviesan varios países de Latinoamérica para llegar hasta México o Estados Unidos.
Necoclí, un municipio colombiano que se ha convertido en un paso obligatorio de los migrantes para seguir a Panamá en su trayecto hacia el norte, se ha convertido en un “cuello de botella” en la cadena migratoria a lo largo del continente.
Necoclí llegó este año a albergar hasta unos 25.000 migrantes de diversas nacionalidades que buscaban atravesar el Tapón del Darién o esperar alguna otra solución para llegar hasta Panamá.
Algunos de los migrantes no venían directamente de Haití, sino de países de la región, entre ellos Chile y Brasil.
“Mi sueño es llegar a otro país que sea mejor que donde yo estaba”, dijo Rubén de Ríos, un migrante haitiano en Necoclí.
A finales de noviembre, las autoridades colombianas anunciaron que el número de migrantes en la comunidad había descendido significativamente con el traslado de muchos de ellos a otros puntos de la frontera con Panamá, pero al cierre de 2021, todavía algunos permanecen en Necoclí.
Además del alto costo económico de la travesía, los migrantes se enfrentan a los peligros de cruzar una de las selvas más agrestes del planeta, el Tapón del Darién.
Los migrantes se exponen a los grupos armados ilegales, los traficantes humanos y los coyotes que operan en la zona, entre ellos el Clan del Golfo.
«Morir hoy, morir mañana, algún día será morir igual», dice el migrante haitiano Samin Rizcack.
Al cierre del 2021, unos 30.000 migrantes seguían varados en Necoclí. Tanto los gobiernos de Colombia como de Panamá, claman por una respuesta unida de la comunidad internacional, pues la complejidad del reto exige soluciones que mitiguen las raíces de la masiva migración continental.