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En ocasiones, las empresas enferman de indolencia. La creatividad, la innovación, el afán de superación, la competitividad… desaparecen. Las personas se limitan a hacer lo que la inercia les exige, sin más.

Un día observamos que entre los miembros del equipo existe cierta tendencia a escaquearse, a tirar balones fuera cada vez que caen en su propia área; aumenta el absentismo laboral y nos damos cuenta de que se oye resoplar más que antes. La moral se ha venido abajo.

Todo líder debe permanecer atento a los signos que indican falta de entusiasmo, porque eso indica que la productividad va a resentirse y, con ello, que la empresa entrará en clara desventaja con respecto a su competencia. Es importantísimo detectar ese estado en el que parece que nadie quiere hacer nada, aunque lo deseable es prevenir que llegue a ocurrir.

Para levantar el ánimo de los empleados es preciso, ante todo, no dejar que aceche la insatisfacción. En mi opinión, estos son los puntos que impulsan el gusto por el trabajo y mantienen alta la moral del equipo:

Brindar oportunidades de crecimiento. Si los trabajadores saben que no existen posibilidades de promocionar, sino que su labor va a ser siempre la misma, será difícil mantener su entusiasmo en el tiempo. Las empresas están obligadas a no perpetuar los puestos de trabajo, a ofrecer formación y disposición a los cambios y los ascensos. Tienen que hacer saber que cuentan con el talento interno.

Expresar gratitud. Cuando las cosas van bien, tendemos a creer que lo normal es que todo funcione correctamente, pero olvidamos que podría no ser así. Por más ocupados que estemos, hay que dedicar el tiempo necesario a valorar el trabajo bien hecho.

Establecer metas pequeñas para lograr las más grandes. Nada anima más a las personas que tener metas alcanzables; eso estimula el esfuerzo por llegar a ellas y superarse cada día.

Respetar la conciliación de la vida personal y laboral. Pedir un esfuerzo de horario o de trabajo no puede ser más que una excepción. Cuando se solicitan demasiados sacrificios, se genera resentimiento. Los empleados deben saber que la empresa quiere su bienestar cuando llegan a casa, que no cuenta con que estén siempre disponibles, que acepta sus necesidades particulares de horarios porque tiene en cuenta a sus familias.

Preguntar. Para que la indiferencia no se instale en el ambiente, preguntar qué los retiene en la empresa, qué cambiarían si estuviera en su mano, cómo les gustaría mejorar sus condiciones de trabajo, etcétera.

Tener en cuenta los detalles. Los pequeños gestos suponen una caricia emocional, y precisamente por eso son los más valorados. Llevar un dulce para compartir en el lugar de trabajo, regalar en el Día del Libro o hacer caso a una demanda de bienestar, como una persiana o una luz individual, son detalles que transmiten que a una corporación le importan las personas.

«No existe nada más contagioso que el entusiasmo», decía el poeta Coleridge; por eso, todo líder que desee alejar el fantasma del abatimiento debe ser capaz no solo de llevar a cabo esta labor de refuerzo continuo, sino también de predicar con el ejemplo.

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