Muchos creen que comunicarnos es solo hablar con alguien. Y que lo único importante es saber el idioma, pero no es así. Nuestra salud mental depende mucho de cómo se comunicaron con nosotros cuando pequeños, de cómo se comunicaron nuestros padres y de cómo se comunicaba la familia.
Existen dos tipos de comunicación, la verbal y la no verbal. Si no hay congruencia entre lo que decimos con palabras y con el cuerpo, tendremos serios problemas en la vida con la pareja, los amigos y los compañeros de trabajo. En fin, con todos y con todo. ¿Por qué?
Sencillo: nadie cree en alguien que miente. El otro se da cuenta de que esa persona no es sincera, ni transparente y mucho menos confiable. El cuerpo habla mucho más que la boca. No es lo que tú dices, sino «cómo» lo dices.
El tono de la voz puede expresar ternura, afecto, rabia, dolor, cinismo y un largo etcétera. Tus gestos te delatan y no puedes controlarlo, a menos que te hayas ganado un Oscar en actuación. Tus ojos, tu mirada, como te mueves, como te vistes, como haces el amor (dime cómo haces el amor y te diré cómo eres). En fin, todo lo que haces, incluso sin darte cuenta, te delata. Ojo, esto es mucho más fuerte en los niños. Son esponjas que absorben la comunicación no verbal en segundos.
Cuando mi hija era pequeña, de apenas dos años, yo estaba sentada en la sala, muy triste. Ella me miró y me dijo: «Mami, ¿por qué quieres llorar?». El niño, al igual que los animales, en especial los perros de nuestras casas, sienten lo que pasa y a quiénes les pasa. Si hay mucha ansiedad o depresión, lo sienten, y esto afecta su conducta. Imagina qué no sabrá un niño.
La forma en que nos comunicamos tiene mucho que ver con las emociones, con la libertad que nos dieron de expresarlas, con la autoestima y la libertad de decir lo que pensamos y lo que sentimos; pero, las familias conflictivas nos enseñan todo lo contrario. La agresividad, el miedo y los abusos de todo tipo son caldo de cultivo para la timidez, la ansiedad y una gran inseguridad. Todo esto nos impide comunicarnos efectivamente.
Nos enfermamos emocionalmente por la forma en que se comunicaron con nosotros. Pero sanaré si puedo comunicarme en un ambiente seguro, donde me sienta respetado, comprendido, aceptado como lo que soy. También sanaré donde me pongan «espejos» para que vea (sin criticarme, ni compararme) que debo cambiar para ser libre, emocionalmente hablando, para ser yo estando con otro, sin temor.
Si quiere contribuir a que sus hijos sean adultos emocionalmente estables, con una pareja que los haga crecer y donde se sientan amados, comprendidos y cuidados, con éxito en su trabajo, cuide cómo se comunica con ellos, enséñelos con el ejemplo. Ellos no suelen hacer lo que tú le dices, sino lo que ven que haces.