Las escuelas de Filadelfia y sus entornos han sido escenario de cada vez más tragedias. La ciudad está atravesando por una agudización de la violencia, que empieza a inquietar a otros códigos postales, e inclusive a los suburbios, pues la criminalidad está impactando la cotidianidad de los residentes y los negocios, fuera de las zonas donde se venía circunscribiendo la mayoría de los delitos.
Por otro lado, el lento regreso a la normalidad tras la pandemia ha permitido realizar encuestas, estudios y otras valoraciones sobre aspectos importantes de nuestra sociedad, y uno de ellos, el educativo. Se ha comprobado que la pérdida educativa y los vacíos en el aprendizaje durante este período fueron mucho mayores de lo previsto.
A esto se suma otro problema: la dificultad actual para reclutar docentes. La creciente dificultad para disciplinar a los estudiantes rebeldes –y a menudo, incluso agresivos– sumado al bajo incentivo salarial, hace que sea muy difícil atraer aspirantes a profesor. Otro factor es la diferencia de calidad entre la escuela privada y la pública; y ya que esta última acoge a la mayoría de la población negra, latina y asiática, esto contribuye a mantener las desventajas competitivas de estos grupos.
Otra de las dificultades que se suman a los retos que atraviesan las escuelas, sin distinguir extracto socioeconómico, es la falta de una educación, ética, y cívica. En nombre del progreso y la modernidad, también se han ido perdiendo valores que en su momento fueron muy importantes para generaciones pasadas. Por ejemplo, en la educación tradicional se aprendía que no había oposición entre fe y desarrollo del intelecto; por eso se podía enseñar que, el sentido de trascendencia ayuda a ver en todo, la presencia de un creador, una imagen paternal que infunde el sentimiento de hermandad entre la humanidad, que nos hace ver, el bien común como un bien personal. Es decir, no puedo atacar al prójimo, herirlo o destruirlo sin herirme o dañarme a mí mismo. Si somos hermanos, entonces, fuimos creados para vivir en familia, en comunidad, en una interacción social armoniosa y solidaria.
Si bien hay países, en especial europeos, donde, aunque no predomina la profesión de una fe, si han priorizado la participación cívica, enfocada en el interés común.
Mientras tanto, en este lado del mundo, las estadísticas no solo demuestran que hay más ataques violentos, y cada vez más vidas perdidas de jóvenes. A la par, pareciera crecer el hartazgo, la falta de esperanza, y la indiferencia, mientras las mismas familias se van desintegrando.
Hace unas semanas Evelyn Núñez, jefa de escuelas del distrito escolar de Filadelfia, nos compartía la importancia de que los padres estuvieran más presentes en la vida de sus hijos.
Si bien para crecer a los menores se necesita una aldea, la responsabilidad principal no es del gobierno, de la escuela, ni de los medios; es de la familia.
Educar con el ejemplo y con disciplina; enseñar la responsabilidad social de cada individuo, con los ojos puesto nos solo en el entorno, si no en el futuro, que depende de las decisiones que se tomen ahora.
Hay muchas malas noticias en el panorama actual de esta ciudad, pero en esta edición nos estamos enfocando en algunas buenas, en especial en la educación y, en el ingreso a la historia, la Fiscal Jaqueline Romero. Pero otra muy buena noticia es que, en pocas semanas, se acabaran las campañas políticas para las elecciones intermedias del 8 de noviembre.
Los abuelos solían tomar muy en serio su derecho y su obligación de votar. El ambiente político actual ha hecho que muchas personas pierdan este interés, pues han perdido la confianza, en la política, en los medios, y en las autoridades. Pero en una sociedad desvertebrada, desenfocada y desenfrenada, recuperar el interés por la participación cívica, es aún más trascendental.
El 24 de octubre es el último día para registrarte, si tienes la oportunidad de votar en este país, no la desperdicies. Inspira a otros que pueden, para que lo hagan; votando tu opinión pasa a ser una elección.