El orden de la realidad y el orden de lo que debe ser, mezclado con la conciencia, forman la moral. Pero para que la moral pueda sobrevivir necesita respirar respeto propio y el respeto propio se alimenta del amor. La lección es simple, no hay amor si no hay respeto y sin respeto no hay moral. Como resultado a este orden inquebrantable somos muchos los que verdaderamente no podemos amar, respetar y convivir con nuestra conciencia.
Es muy difícil amar a quien no respetamos y es imposible respetar aquello que no aceptamos. Para poder amar verdaderamente a otra persona tenemos que amarnos primero y eso no lo podemos lograr si no tenemos respeto propio. Algo muy básico que nos lleva al respeto propio es el aceptarnos tal y como somos, con nuestras debilidades y nuestras imperfecciones. Hoy día esto es muy difícil de lograr pues no hay momento en el que no se nos recuerde lo imperfectos que somos frente a la norma social que rige.
En nuestra comunidad esta realidad es mucho más severa y es la causa de que nuestros niños y adolescentes no tengan verdaderos modelos de autoestima. Somos muchos los que no tomamos en cuenta nuestras necesidades básicas que simplemente son, comida, casa y ropa. A esta lista le podemos añadir el cuidado físico y mental para la prevención de enfermedades; tal vez esta sea la causa por la cual nuestra comunidad está sufriendo los estragos de la adicción.
Así va el ciclo vicioso, sin respeto propio no podemos respetar a otros y la falta de respeto implica la falta de amor, lo cual simplemente significa que nos falta la moral. Es así como funcionamos con una moral falsa. Bajo los efectos de esta moral falsa día a día nos dejamos faltar el respeto. Permitimos la desmoralización de nuestra comunidad; nos desmoraliza la radio, la televisión, el político y muchas veces hasta la iglesia. ¿Cómo? La radio con sus programaciones llenas de estereotipos y comentarios degradantes, la televisión con su manera de mistificar lo absurdo, el político con sus trucos, mentiras e indiferencias y la iglesia con su manera de condenar todo lo que cree un reto. Más claro no lo pudo decir Miguel Meléndez Muñoz, y cito: “Más que el temor a la sanción pública o el miedo al castigo puede librarnos del vicio y del mal el respeto a nosotros mismos.”