Manifestación de apoyo durante la Caravana 43, Pensilvania presente en Nueva York. Abril, 2015. (Foto: PL)

Solía decir el pintor Pablo Picasso que “el arte lava del alma el polvo que le cae cada día”; así mismo, la pintora Georgia O’keffe: “puedo decir con el pincel, con formas, siluetas y colores, cosas que no podría expresar de ninguna otra manera, para las cuales no tengo palabras”.

Como ellos, muchos otros artistas han expresado y enfatizado el poder sanador que hay en el arte; la pintura, la música, en las artes plásticas y escénicas. Esto porque, citando a Eileen Miller, “el arte puede permear hasta los rincones más profundos de nuestra persona; allí donde las palabras ya no llegan”.

Esta evidencia de que el arte puede ser una fuerza terapéutica dirigida a la sanación de muchas de nuestras heridas y afectaciones en la salud mental es lo que está llevando a muchos artistas a utilizar cada vez más al arte como una forma de activismo, para buscarle soluciones alternativas a algunos de los graves problemas que están afectando la calidad de nuestra convivencia. De la unión entre estas dos realidades surge el “artivismo”.

Para Nasheli Juliana — a quien honramos esta semana por su desatacado desempeño durante su primer año al frente de Taller Puertorriqueño — el arte conlleva al activismo.

En un momento en donde el síntoma de la violencia, en una sociedad enferma, donde a los jóvenes se les dificulta cada vez más resolver sus frustraciones, la expresión creativa se vuelve preponderante. El activismo, que suele utilizar recursos y la secreta fuerza psicológica y estética del arte, potencializa la creatividad de los jóvenes, a través del lenguaje de la belleza, de los símbolos, los trazos, los colores, los ritmos, los sonidos e incluso las imágenes abstractas, que da salida a miedos, frustraciones, preocupaciones, ansiedades o resentimientos que afectan nuestro equilibrio interior.

Es así, por ejemplo, como Betsy Casanas, maestra de artes visuales, educadora y activista comunitaria ha ido coloreando con exuberantes murales paredes y edificios de muchas ciudades de Estados Unidos y otros países. Cercana a las comunidades negras y migrantes, plasma sus rostros en sus creaciones como una forma de dar presencia y visibilidad a todos esos personajes anónimos y a menudo invisibles para, según expresa, “realzar las historias de la gente y cambiar la narrativa que se ha creado sobre ellas”.

Esta misma intuición llevó a Edgardo Miranda, dibujante y artista gráfico, a crear el personaje de “La Borinqueña”; heroína que se unió al universo de los héroes de Marvel para llevar una palabra de esperanza a los millares de puertorriqueños que quedaron desamparados tras el paso del huracán María. La Borinqueña no se quedó en su mundo virtual, sino que se insertó en el real, para animar una amplia campaña que recogió y envío miles de cajas de mascarillas a centros de salud en todo Puerto Rico durante la crisis del Covid.

Y también es artivista Alexis Confer, el creador de “Marchemos por la Vida”. Alexis enfatiza el papel que juega el activismo artístico para contar las historias de las víctimas de esta violencia que está ensangrentando nuestras calles, y cómo convertirlo en herramienta para abogar contra la violencia de las armas. Su propuesta, que nació tras la masacre en la secundaria de Parkland en Florida, rápidamente encontró adherentes y se extendió por todo el país.

El artivismo es una valiosa forma de resistir, en momentos en que la violencia golpea como una epidemia las calles de nuestras ciudades. Lo confirman las palabras de la escritora Nikki Rowe: “el arte es mi cura para toda esta locura, esta tristeza y esta falta de pertenencia que aqueja al mundo; es el camino que me lleva de regreso a casa”.

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