Algunos de los cambios más evidentes que dejó la experiencia mundial de la pandemia tienen que ver con la migración del mundo educativo en forma masiva hacia las redes. Durante los casi dos años de confinamiento intermitente, los institutos y universidades se vieron obligados a desarrollar nuevos métodos pedagógicos, plataformas para el acceso a sus programas, nuevas formas de ofrecer entrenamiento y desarrollar habilidades, y nuevos sistemas de evaluación que acreditaran la eficacia y la validez de este novedoso modo de enseñar y aprender.
Esta revolución digital de la educación, como todo cambio paradigmático traía aparejadas fortalezas y debilidades. Entre las novedades positivas se puede afirmar que la educación digital democratiza el acceso al entrenamiento al poner los centros educativos a la misma distancia relativa para todos los estudiantes, sin importar su ubicación; permite eficientizar instalaciones y logística al reducir la necesidad de espacios físicos para la escolaridad; permite a los aprendices organizar sus horarios de forma personalizada, ya que las lecciones permanecen por un tiempo en las plataformas, ahorran mucho tiempo en desplazamientos y gasto de gasolina en los automóviles, y facilitan la inclusión de personas con limitaciones físicas que les suelen restringir el acceso a la educación presencial.
Del lado de las debilidades se podría argumentar que el acceso igualitario al internet todavía es una realidad por conquistar en muchas regiones; que la pobreza aún limita a muchos beneficiarios potenciales de disponer de computadoras personales que le permitan la conexión; y también, que la multiplicación de la oferta educativa online puede incidir en la escasa calidad de la enseñanza, y en la reputación o credibilidad de los títulos obtenidos por Internet de parte de las empresas, instituciones y empleadores en general.
Dicho esto, es evidente el enorme potencial que la educación online ofrece para integrar al mundo educativo a una población por lo general desaventajada: la franja del adulto mayor; y especialmente aquella que por múltiples causas se ha ido quedando rezagada del mundo de la virtualidad. Nadie niega que los niños del siglo XXI parecen nacer con “kit virtual” que les permite absorber la ciencia informática y moverse por el universo online como internautas habilidosos ya desde tierna infancia, mientras los adultos mayores deben hacer esfuerzos fatigosos para sobrevivir en esta hiperrealidad alucinante.
Sin embargo, uno de los desafíos grandes para las instituciones que quieren ofrecer educación virtual a mayores, es el de generar las habilidades y experticia, y entrenar el personal adecuado para responder a las necesidades específicas de esta población. Esto implica, entre otras cosas, generar la debida motivación en este nicho de población a quien se quiere convencer de las ventajas de la educación online; algo que les puede permitir, entre otras cosas, acceder al mercado laboral virtual y generar nuevos ingresos.
Además, hay que contar con las nuevas posibilidades que ofrece la IA en el proceso de entrenamiento. Las posibilidades que abre la interacción pregunta-respuesta en tiempo real con los asistentes virtuales como Siri, Alexa, Google o Bixby, puede facilitar mucho la tarea de aprendizaje y aumentar la confianza del adulto que acepte el desafío de explorar la nueva oferta de la educación online.
Es tiempo de ayudar a nuestros familiares mayores y animarlos a que no se queden descolgados del tren de la virtualidad. Es tarea y responsabilidad de todos ayudarlos a no desaprovechar esta oportunidad de mejorar su calidad de vida y emplear los años dorados en una interacción social más productiva, creativa y provechosa.