Desde que en el año 2013, el Instituto Smithsoniano de Washington, abrió al público la exposición “Nuestra América: La presencia latina en el arte estadounidense”, la discusión sobre la falta de reconocimiento al alcance y el valor del arte latinoamericano en Estados Unidos adquirió mayor relevancia, profundidad y actualidad; pues, aunque en ciudades como Nueva York, Los Ángeles y Chicago los creadores latinos gozaban de buenos espacios y una cierta visibilidad; en otras zonas del país los artistas hispanos o latinoamericanos dependían casi exclusivamente de las exposiciones en las galerías universitarias o en eventos organizados por consulados y embajadas.
Al hablar de la presencia latina en este país, parecería que muchos olvidan que la tradición hispana en los Estados Unidos no inicia con las migraciones de puertorriqueños a la costa Este durante los años 50 y 60, y ni siquiera a la época en que un amplio territorio de cultura mexicana fue anexionado al país en el siglo XIX, sino que la Florida ya había sido explorada y colonizada por conquistadores españoles casi 100 años antes de que los peregrinos del Mayflower llegaran a las costas de Massachusetts en 1620.
Hoy, el arte latino e hispano goza cada vez más de reconocimiento y prestigio en grandes zonas de los Estados Unidos. La cultura latina se ha amalgamado en las prácticas y costumbres gastronómicas, artísticas, plásticas y musicales –para no hablar de arquitectura o letras–, tanto que, ya es difícil querer en algún modo, distinguirlas o separarlas de las expresiones culturales típicas de cada región americana. Los desfiles de culturas nacionales hispanas, los festivales de música latina, la fusión de ritmos locales con la música caribeña, andina o afro-brasileña, y la amplia oferta gastronómica hispana en cada uno de los Estados forman una lista interminable.
Solía decir el escritor Mario Vargas Llosa que “la cultura se transmite a través de la familia, y cuando esta institución deja de funcionar de manera adecuada, el resultado es el deterioro de la cultura”. Por ello, ante el panorama de fragilidad del núcleo familiar que estamos viviendo, la lucha de las comunidades por conservar los mejores valores del arte, la cultura y las tradiciones, adquiere una importancia vital. Además, la cultura no solo es un medio eficaz de sanar heridas emocionales y afectivas, sino también es un refuerzo a nuestra identidad compuesta, y un instrumento para hacer oír nuestra voz y comunicar un mensaje; ya sea de contenido social, artístico, étno-racial o político.
La escritora española Matilde Asensi aseguraba que “el arte y la cultura aumentan la armonía, la tolerancia y la comprensión entre las personas”. Ante las profundas divisiones sociales y etnicas que se profundizaron después del último periodo de gobierno, qué bueno sería que estas palabras se hicieran realidad entre nosotros, y que el arte en nuestras calles, en nuestros barrios y en toda nuestra ciudad se convierta cada vez más, en un canal de comunicación, de encuentro, de sanación de conflictos y divisiones. Es una meta que nos viene bien a todos, por el bien de nuestros niños y por el futuro de nuestra ciudad, de nuestra sociedad, de nuestro país.