Hay valores individuales que son fundamentales para la buena marcha y el desarrollo de una sociedad, como son la honestidad, el respeto, la decencia y el amor al trabajo. Al mismo tiempo, hay valores colectivos indispensables para facilitar el crecimiento y el desarrollo individual. La paz es uno de ellos. En su libro sobre cultura de paz, la autora Virginia Arango asegura que “la paz es imprescindible para proteger y disfrutar de los derechos humanos”. Es decir, la paz es un espacio indispensable para poder ejercer las libertades fundamentales.
Sin embargo, un vistazo rápido sobre las cifras de la violencia en la ciudad que fuera la cuna de la Independencia, y en general, los conflictos que se sufren en nuestra sociedad y en el mundo, nos revelan que la paz, no solo la política e internacional, sino la doméstica y social, se encuentran en un estado de precariedad creciente; atacada por los transgresores de la ley y atacada por aquellos que deben defenderla; atacada por los capos del crimen y atacada por gobiernos y dictadores represivos.
La violencia es no solo física, sino también verbal y psicológica. Es conductual, cuando se plasma en los múltiples crímenes causados por el tráfico y consumo de drogas; cuando los asaltantes atacan y matan para robar; cuando los pervertidos violan y abusan de víctimas indefensas, cuando los cuerpos de seguridad maltratan a negros e inmigrantes, cuando las mujeres sufren de golpes, irrespeto y violencia doméstica por parte de sus parejas.
Pero también es “estructural”; y se da cuando el gobierno es negligente o incapaz de aplicar justicia a aquellos ciudadanos que sufren ataques, vejaciones o crímenes; se da cuando los sistemas de producción y de poder económico son explotadores y excluyentes; se da cuando los sistemas políticos son opresores y antidemocráticos; se da cuando los sistemas de solidaridad internacional se politizan, se frenan y fracasan.
Hechos como la muerte de George Floyd podrían también estar contribuyendo al crecimiento de los niveles de violencia, ya que después de ver las imágenes de cómo fue ultimado por un representante del orden, muchos miembros de las comunidades negras y de las minorías no sienten ningún deseo de colaborar con las autoridades; lo cual, dolorosamente, tiene un efecto devastador para esas mismas comunidades, pues asaltantes y pandilleros se sienten libres para cometer sus desmanes sabiendo que el brazo de la justicia no los alcanzará.
Pero también hay violencia cuando los pandilleros disparan sobre los agentes del orden; cuando los que quieren protestar terminan rompiendo vitrinas, saqueando tiendas y vandalizando bienes públicos. Hay violencia en Colombia cuando los pobres salen a las calles sofocados por la insoportable desigualdad, y hay violencia en Venezuela cuando los diarios opositores son cerrados y los empresarios perseguidos. Hay violencia en México cuando los carteles imponen su propia ley en grandes regiones y sobre todos los poderes del Estado, y hay violencia en Nicaragua cuando los opositores políticos son encarcelados y silenciados.
Hay violencia en Brasil cuando la exclusión obliga a los pobres a destruir la selva amazónica para sobrevivir, y hay violencia en Cuba cuando toda protesta es reprimida y silenciada. Hay violencia en cada uno de los países latinoamericanos cuando no llegan suficientes primeras ni segundas dosis, hay violencia cuando se intimida al inmigrante y hay violencia cuando se esclaviza al trabajador. Hay violencia por sexismo y hay violencia por racismo. Hay violencia cuando se instala el divisionismo y hay violencia cuando se predica el supremacismo.
¿Cómo salir de esta espiral violenta que parece fagocitarlo todo? Es difícil decirlo, pues no hay una receta mágica ni una solución única. La situación actual debe incitar a una reflexión profunda, a un mirar de cada uno hacia su propio interior con total sinceridad. Comúnmente los gobiernos piensan siempre en combatir la violencia desde afuera; creando leyes más severas, cerrando fronteras, levantando muros, construyendo cárceles, aumentando los cuerpos de seguridad y policía.
Pero a menudo, esto es “buscar la fiebre en las cobijas”. Esas acciones servirán a controlar un poco los síntomas de la enfermedad; pero no van al fondo del problema. La pregunta debería ser: ¿“por qué la sociedad está generando tantos ciudadanos violentos?, ¿por qué los jóvenes empuñan con mayor facilidad un arma que un libro?, ¿por qué los políticos prefieren insultar y descalificar en vez de proponer y argumentar?, ¿por qué en las familias es más fácil gritar e insultarse que dialogar y perdonarse?
La paz más profunda y verdadera nace desde la raíz del corazón de cada hombre. La verdadera paz es una filosofía de vida que te hace sentirte responsable por cada hombre que cerca de ti sufre opresión, exclusión, persecución o abandono; que te impide pretender que el gobierno resuelva todos los problemas; que te concientiza de que tienes capacidad para influir y cambiar, aunque sea tu barrio, tu calle o “tu metro cuadrado”. Que puedes y te beneficia donar un poco de tu tiempo en causas solidarias como ayudar a los migrantes, educar niños, visitar y regenerar presos o acompañar y proteger ancianos, eso también es hacer patria y celebrarla. Todos los días podemos contribuir a reafirmar el espíritu con el que surgió esta nación de naciones.
Estos y muchos otros son los pequeños gestos de humanidad que quizás nuestros padres y abuelos practicaban con mayor generosidad, y que, al nosotros abandonarlos, van carcomiendo y debilitando nuestro espíritu, y van dejando a nuestra sociedad enferma y a la deriva.