Noviembre ha sido un mes de mucha agitación electoral en América Latina y como sucede a menudo, en las urnas se chocan esperanzas y proyectos, ilusiones y decepciones que recorren todos los colores del arcoíris político. Al aproximarse el cierre de este difícil año, vale la pena detenerse a dar una mirada a esta importante circunstancia de nuestros países.
Aunque los nuevos movimientos sociales que luchan por mayor igualdad y representatividad para las minorías, los derechos de las mujeres, los colectivos diferentes, los movimientos ecologistas y los grupos de reivindicación estudiantil han venido creciendo y le han sumado dinamismo a la contienda política; la confrontación principal sigue siendo entre las dos grandes corrientes ideológicas de los últimos dos siglos; los partidos conservadores y socialdemócratas, a la derecha del espectro, versus las corrientes de socialismo moderado o la izquierda radical en la orilla contraria.
Aunque la experiencia de los últimos 20 años muestra unos resultados bastante magros de ambas partes; como lo están demostrando las experiencias de Chile, Brasil, Argentina o México, para hablar de países que han sido momentáneamente exitosos y bastante estables, pero que hoy parecen en rápido declive; o bien, los que han optado por opciones radicales, que luego han sumido a sus países en el caos social y la ruina económica, como ha pasado con Venezuela, Nicaragua y otros más.
Chile acaba de ir a las urnas en primera ronda y, como preveían las encuestas, las dos opciones más votadas fueron la propuesta por muchos considerada ultraderechista de Antonio Kast, –que promete cavar un gran foso para frenar la inmigración–, contra la izquierda radical de Gabriel Boric que, –a pesar del fantasma del Castro-chavismo que asusta a toda inversión–, parece ir llevando la delantera con miras a la segunda vuelta de diciembre.
En Venezuela, las elecciones a alcaldías, gobernaturas y concejos le permitieron a Nicolás Maduro consolidarse, pues la incapacidad de la oposición para unirse y su llamado al abstencionismo durante tantos años le terminó cobrando factura y entregando pobrísimos resultados, pero legitimando al gobierno con su participación. En Nicaragua, el montaje escénico de unas elecciones con todos los opositores metidos en la cárcel, también les permitió a los esposos Ortega seguirse perpetuando en el poder, tras unos comicios sin ninguna seriedad ni validez ante la opinión pública internacional.
Y Honduras ve regresar la izquierda con la victoria de Xiomara Castro, esposa del derrocado expresidente Mel Zelaya; triunfo seguramente ayudado por el hartazgo de los hondureños con los escándalos de corrupción y los señalamientos de contubernio con capos de la droga que han alcanzado a la cabeza misma del gobierno, más su incapacidad para combatir la criminalidad galopante; pero lo que le depara el futuro a esta nación es aún una incógnita. Por el otro lado, en México, AMLO logra mantenerse en un delicado equilibrio, aunque lejos de las expectativas de cambio que tanto ilusionaron a los millones de votantes que lo llevaron al Palacio Nacional.
En retrospectiva; queda para rescatar el avance de los movimientos sociales, campesinos, estudiantiles y el visible progreso de las mujeres al llegar a cargos de alta importancia en la escena política; pero en temas como la erradicación de la pobreza, las causas de desplazamiento y emigración, o el fracaso de los gobiernos en la lucha contra los carteles de la droga, la deforestación o la redistribución de la riqueza, estamos todavía muy lejos de los objetivos necesarios.