Ha terminado un año nada fácil en el panorama local, nacional e internacional, que suma a décadas con un aumento de desafíos. Aunque el siglo XXI está apenas en su primer cuarto, ya ha visto sucederse al menos media docena de grandes crisis; entre ellas, la causada por los ataques a las torres gemelas; la gran recesión del 2009, la enorme crisis de los refugiados por las guerras en Yemen, Somalia, Siria, Sudán, Afganistán, Myanmar; entre otras, y a nivel regional las crisis migratorias en Venezuela y Centroamérica, que han impactado a las fronteras mexicanas, como nunca. Siguen en aumento también la crisis ambiental, y otros fenómenos climáticos, como las grandes tragedias causadas por los huracanes Katrina y María; la crisis mundial del Covid, y ahora la guerra ruso-ucraniana, que ha provocado, además de la crisis humanitaria, una crisis económica, y energética a grande escala.
También están las crisis menos coyunturales y más extendidas, como la del consumo de drogas y opioides en todo el país, que no da señales de remitir ante las actuales estrategias; la crisis del sistema educativo que tiene a miles de escuelas sin presupuesto y con hemorragia de profesores; el drama de las masacres y la violencia en las calles, y la silenciosa crisis de la depresión y los suicidios que, aunque menos visible, deja más víctimas que las que dejan las mismas armas de fuego en crímenes violentos.
A ello sumemos la crisis de trascendencia, la falta de fe y esperanza, provocada en parte, por la falta de confianza en los gobiernos, y en los medios de información, especialmente los masivos. Estamos frente a agudas crisis políticas, que llevan a los ciudadanos a creer cada vez menos en la capacidad de los gobernantes para resolver los grandes problemas del país; en especial tras el increíble suceso de la asonada al capitolio, que dejó a tantos interrogándose seriamente sobre el estado de la salud, política y el futuro de la democracia en los Estados Unidos.
En muchos países del mundo, sean avanzados o países emergentes, se están viviendo crisis de gobernabilidad. Pero el hombre ha sabido recuperarse de crisis muy graves y momentos muy oscuros en el pasado; y es posible que terminemos también venciendo estos desafíos; pero es esencial que los reconozcamos y los miremos de frente, conscientes de que no saldremos de ellos si no buscamos soluciones creativas y colectivas; si no comprometemos todas nuestras fuerzas y voluntad negociadora para buscar consensos. Sobre todo, en lo político; nuestro futuro será aún más incierto, si no somos capaces de hallar puntos de encuentro en la búsqueda del bien común.
A nivel personal, familiar, grupal; debemos sacar la “artillería” de recursos emocionales, afectivos, creativos y relacionales, para ser más eficaces en el construir comunidad; para ver el sufrimiento a nuestro alrededor y hacer lo posible mitigarlo; para dar a otros la fortaleza que necesitan. Como se solía decir tras el confinamiento, que volvamos a mirarnos, a abrazarnos y a apreciar el valor de las relaciones; la amistad, la cercanía de los colegas, la bendición de un trabajo, el calor de una familia.
Uno de los factores que más ha dañado nuestra resiliencia como sociedad ha sido la excesiva glorificación del individualismo; que nos ha hecho creer que entre menos lazos cultiváramos más libres, independientes y felices podíamos ser. Hoy esa visión nos pasa una factura al correr los años y hallarnos sin salud ni atractivo físico, sin juventud y quizás sin dinero, momento en el cual van desapareciendo todos los viejos amigos y descubrimos el error de vivir sin lazos, sin fe, sin compromisos, huyendo de la entrega y el sacrificio que implica todo amor verdadero.
Si queremos arrancar este año como mejores personas, quizás podríamos, como afirma Jordan Peterson; empezar por reconocer con más frecuencia lo que hacen bien aquellos que tenemos alrededor y fijarnos un poco menos en sus errores; regalar una dosis de dopamina o serotonina –las hormonas de la felicidad– dando una sonrisa de aprobación en silencio; un gracias de más; un saludo inesperado o un abrazo de gratis. Quizás logremos con pequeños gestos como estos ser canales de esperanza y optimismo para muchos que lo necesitan.