El expresidente y virtual candidato republicano a la presidencia Donald Trump es custodiado por agentes del Servicio Secreto de Estados Unidos en un acto de campaña, el sábado 13 de julio de 2024, en Butler, Pensilvania. (Foto: AP/Evan Vucci)

El reciente atentado contra el candidato republicano Donald Trump ha desatado una comprensible ola de indignación, puesto que por más polarizadas y rivales que sean las ideologías y la política, nada justifica atentar contra la vida de una persona, no solo porque la vida en sí misma es intocable, sino también porque tratándose de un expresidente y candidato presidencial, los coletazos de un magnicidio pueden crear una ola de violencia social de dimensiones imprevistas, todavía más en el caso del expresidente Trump, un personaje con tantos seguidores que literalmente le adoran.

Durante los pasados días, las más variadas vertientes coinciden en que hay que moderar los tonos y las formas, aunque se tenga que seguir señalando las discrepancias. Además de la reflexión para evitar usar palabras y acusaciones incendiarias, también hay es una oportunidad para detenernos a pensar sobre un problema creciente de nuestro tiempo, la proliferación de las noticias falsas (“fake news”). Estos “rumores”, a menudo presentados como verdades absolutas, invaden nuestras redes y contaminan la percepción de la realidad. En una era de desconfianza y uso indiscriminado de la inteligencia artificial, esto aumenta aún más la incredulidad.

“La oleada de información falsa o engañosa sobre el tiroteo solo hará más difícil que los votantes encuentren información fiable antes de las elecciones de 2024”, según Imran Ahmed, director general y fundador del Centro para Contrarrestar el Odio Digital.

Hay que tener presente que la desinformación intencional puede ser de distintas categorías y buscar propósitos diferentes.

Algunas son noticias totalmente fabricadas, destinadas a manchar la reputación de una persona, una institución o un partido; otras “noticias” se remiten a hechos reales, pero presentados de manera distorsionada o manipulada para crear una percepción extrema; otras son información creada para aumentar o favorecer la imagen de una persona, un gobierno, una empresa, etc., con el fin de obtener beneficios económicos, poder o tapar hechos graves de corrupción; y en otras ocasiones son noticias destinadas a crear irritación, ira o indignación con el objetivo de instigar una fuerte reacción contraria o desatar conflictos, caos y violencia.

El problema mayor parece ser que ante este escenario tan polarizado de una década para acá, y con tantas falsas teorías conspirativas, terminemos por creer que los manipulados son los adversarios, cuando en realidad pudiera ser lo contrario y ser las “víctimas” de la desinformación que adoptamos como cierta.

Se tiene que estar alerta y no creer cualquier cosa, pero tampoco dejar de creer; es imprescindible tener confianza para no caer en la apatía, alimentada por la desesperanza.

El atentado contra Trump lo es también contra la democracia, y podría no ser algo del todo inesperado, si se piensa en la tradición de poseer armas y la cultura violenta del país, en virtud de la cual 4 presidentes en función han sido asesinados y al menos otros 6 han sufrido atentados de varios tipos.

En la actualidad, muchos políticos han sido atacados con violencia; y nada garantiza que no haya más ataques. El sistema de seguridad del país está en alerta inclusive antes del atentado por amenazas creíbles provenientes de los enemigos en el extranjero para desestabilizar aún más a la nación que se jacta de ser la más poderosa del mundo.  

Hasta el cierre de esta edición no se han revelado los motivos del atacante, pero puede que su reprobable acción tenga el resultado contrario a lo que buscaba. Lo cierto es que Estados Unidos está más polarizado que nunca; más allá de los candidatos, son sus visiones opuestas de su futuro y el futuro del mundo.

Cada vez es más necesario ejercer un criterio bien informado y un pensamiento crítico, a la vez que ecuánime y libre de prejuicios, para contribuir más eficazmente al entendimiento y a la paz social que este país reclama cada día con mayor fuerza, y que repercute en el mundo, principalmente en sus aliados.

“Los algoritmos toman el contenido más estrafalario y lo amplifican de forma exponencial hasta que todo el mundo digital está inundado de conspiración, desinformación y odio”, alerta Ahmed. Como resultado, “la gente parece creer que sólo puede combatir las mentiras con más mentiras”.

No debemos caer en la tentación de distraernos e ignorar este momento histórico, que apela principalmente a quienes tienen el poder del voto. Antes de ejercerlo, es necesario investigar para encontrar información fiable y precisa, no solo sobre el intento de magnicidio, sino sobre todo lo relacionado que influye en nuestra opinión. Debemos seguir las recomendaciones de quienes buscan difundir el conocimiento y la paz, comprobar siempre las fuentes y entender los objetivos de esas fuentes.

En esta edición presentamos distintos recursos para estar preparados ante la guerra contra la desinformación, una que ya empezó y en la que se está perdiendo la verdad sobre la percepción, como suele pasar en todas las guerras.  Tampoco hay que perder de vista, que se puede matar a las personas, pero no a las ideas.

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