Entre los muchos desafíos que traerá el 2022, seguirá el de la crisis migratoria alrededor de mundo. Aunque existen otros problemas tan complejos y potencialmente desestabilizadores, como la crisis climática, el recrudecimiento de los conflictos geopolíticos y comerciales, la creciente rivalidad entre las potencias, el estancamiento de la economía o los efectos de la pandemia que de la que no se ve un fin; es indudable que el drama migratorio puede contribuir a que estos problemas se agraven, y que no puedan ser afrontados con consenso y eficacia.
Durante la administración de Trump, el país que más atrae migrantes de todo el planeta decidió cerrar sus puertas a los que aún aspiran al “sueño americano”; lo que intensificó una crisis de dimensiones catastróficas para millares de seres humanos que han venido sufriendo por meses o incluso años, el desarraigo de viajar por distintos países y regiones, con frecuencia caminando a pie larguísimos días, comiendo lo indispensable o sin comer; pagando grandes sumas a coyotes sin escrúpulos, sufriendo asaltos, abusos, violaciones y esclavitud, todo con tal de hallar una nueva tierra donde puedan construir una nueva vida y progresar.
Sueño que muchos han visto interrumpirse abruptamente al ser detenidos y encarcelados en la misma frontera; de hecho, en los últimos meses estas detenciones han roto récords, mientras por otro lado cerca de 200 familias se están parcialmente reunificando después de entorno a un año de haber sido separados sin misericordia de sus niños, e inclusive de bebés. Los menos afortunados han perdido la vida en su intento por cruzar.
Del otro lado, Asia y África aspiran a llegar a Europa, pero hayan su tumba en el Mediterráneo; mientras los que la libran son encerrados en cárceles migratorias a la espera de un proceso de asilo asfixiantemente lento.
Decía un antiguo refrán cristiano: “cada niño trae su pan debajo del brazo”. Lo mismo se podría decir de los migrantes. Qué bueno sería que el mundo desarrollado y rico se interrogue con la mano en el corazón y comprenda que los inmigrantes no solo no son un peso para el país sino todo lo contrario, -y la historia de los Estados Unidos está allí para confirmarlo-; cuando un país tiene una visión amplia, tolerante e inclusiva, los migrantes en todas las latitudes aportan una gran riqueza a la sociedad que los recibe.
Estas son algunas de ellas:
1. La mayoría de los migrantes son jóvenes y pueden ser un gran aporte para renovar la fuerza de trabajo.
2. muchos llegan con o sin formación académica, pero con gusto asumen trabajos que los nativos ya no quieren hacer, tales como sanidad pública, cuidado de ancianos, agricultura o jardinería.
3. Suelen traerle dinamismo demográfico a unas sociedades que ya declinaron la renovación generacional.
4. Con sus costumbres, tradiciones y gastronomía enriquecen enormemente la cultura local, generando un verdadero universo multicultural en las mismas puertas de nuestra casa.
5. muchos de los que tienen bagaje profesional y científico, traen ideas que en este país sí pueden realizar, contribuyendo enormemente al progreso en las más diversas áreas.
Por todo esto y más, en el mes que celebra el “Día del migrante” honramos a todos aquellos que tienen el valor de escapar de gobierno que los oprime, o de una sociedad que los aliena, los coarta o simplemente los ignora y olvida; que, enfrentan múltiples peligros, sin dejar de abrigar la esperanza de procurar un mejor futuro para ellos, para sus hijos y por ende para la humanidad.