Gentrificación es un neologismo (palabra nueva) extraído del inglés, de uso muy reciente en el español. De hecho, la Real Academia aún no lo ha oficializado. Según los lingüistas procede del término “gentry”, que se usaba en Inglaterra para designar a una clase social ubicada entre los nobles de más baja alcurnia y los comerciantes y clase media de más alto poder adquisitivo. Algo así como el espacio donde la clase media alta y la baja aristocracia se mezclaban.
Pero aunque el término sea de uso reciente, el concepto que expresa ya tiene años. Es el fenómeno según el cual los residentes de zonas históricas populares, a menudo ubicadas cerca del centro de las ciudades y con facilidades de acceso a las zonas comerciales, de producción y de servicios, poco a poco son “expulsados” por desarrollos urbanísticos nuevos y de alto nivel, que se venden a precios que los locales no pueden pagar, por lo cual, residentes de mayor poder adquisitivo se van adueñando de los lugares que fueron propiedad de familias humildes durante décadas, y a veces durante siglos.
Esta avalancha, que ya se encuentra desde hace rato a las puertas de “El Barrio”, causa preocupación y ansiedad en muchos residentes de la clase trabajadora, que ven cómo poco a poco la llegada de conjuntos residenciales y comerciales de mayor nivel trae consigo mayores precios en los comercios locales, un aumento de los impuestos de vivienda y, al final, trae también la implantación de una nueva cultura, –la de los nuevos residentes–, y va empujando a los antiguos dueños a salir del lugar y a trasladarse a periferias muy lejanas, donde los costos de movilidad hacia los lugares de trabajo se multiplican y su situación de humildad o de franca pobreza terminan por empeorar.
Por eso es tan urgente que cada uno de los habitantes del vecindario adquiera esta conciencia del peligro que se cierne sobre el sitio que ha sido su hogar durante tantos años, y se apreste a dar la batalla por defender su espacio. Para ello hace falta involucrarse activamente con las organizaciones que desde hace años vienen luchando por enfrentar este fenómeno. Es necesario involucrarse en las actividades de los centros culturales, artísticos, religiosos y sociales históricos, que le dan identidad y sentido de pertenencia a la comunidad. La ingenua y perniciosa indiferencia que muchos practican cuando se trata de proteger los derechos de todos, es uno de los males que más daño le hacen a la comunidad.
Por eso mismo es importante no ser indiferente y apoyar el trabajo político que muchos líderes locales adelantan para que la Ciudad atienda las necesidades del barrio para que la salud funcione, para que los institutos que apoyan al pequeño empresario sean eficaces, para que las madres cabeza de familia reciban empoderamiento laboral y productivo; y para que los niños y los jóvenes reconozcan como suyas todas las riquezas históricas y culturales de su entorno. Si fracasamos en esto, podríamos vernos avocados a perder este territorio que tanto amamos y que por tanto tiempo hemos llamado nuestro hogar.