Esta semana se cumplió un mes del estallido de la cruenta guerra entre Israel y Hamás, en territorio israelí y palestino; detonada por el sorpresivo y atroz ataque de Hamás (que en sus estatutos está acabar con la nación judía) contra Israel.
Al cierre de esta edición, 1.400 israelíes han sido asesinados desde el 7 de octubre, incluidos 351 soldados, han secuestrado a 239 de los que cuatro rehenes fueron liberados, y uno rescatado, según el gobierno israelí.
La malignidad del ataque conmovió al mundo y desató una ola inicial de simpatía hacia Israel por la locura sanguinaria de los terroristas.
Ante semejante “masacre provocativa” una masiva respuesta del ejército israelí no se hizo esperar, y con su bien conocido poderío militar, los israelíes han contraatacado con embestidas sistemáticas por tierra, mar y aire, en un nuevo intento por destroncar la cabeza del liderazgo de Hamás, y de los otros grupos radicales, como Hizbolá, que ha estado atacando desde el territorio libanés .
Israel tiene el proposito de eliminar a toda la organización terrorista, pero «no se puede matar una idea».
Las imágenes de las torturas y los asesinatos masivos de Hamás se han ido desvaneciendo ante la destrucción de la Franja de Gaza. Impotente el mundo observa. El secretario de Estado Antony Blinken ha estado tres veces en la región, y ha logrado finalmente unas pausas humanitarias de 4 horas, que permitan el acceso de la ayuda humanitaria a los palestinos, pero ¿Qué es una cena si al día siguiente parece que estás destinado a morir?
Según las autoridades palestinas (Hamas gobierna desde el el 2007 en la Franja de Gaza) la retaliación israelí ha causado ya más de 11.000 muertos palestinos; entre ellos varios combatientes, pero sobre todo civiles, incluidos ancianos, mujeres y niños.
Si bien los bombardeos israelíes parecen ser indiscriminados, es un hecho que Hamás se esconde en lugares civiles y usa a su gente como escudos humanos.
Dicen que en una guerra lo primero en morir es la verdad, y en esta se acumulan preguntas sin respuesta.
En Israel desvían el cuestionamiento de ¿Cómo Hamás y sus organizaciones afines pudieron montar un ataque tan eficaz y por sorpresa, burlando las muy reputadas agencias de inteligencia israelí? Al mismo tiempo, otros se preguntan el porqué de una acción tan insensata de los terroristas, sabiendo de antemano que el poderío militar israelí se dejaría caer mostrando toda su superioridad.
Pareciera que esto es precisamente lo que Hamás y los grupos yihadistas buscan. Que la reacción de la compasión internacional hacia Israel por el ataque sufrido se revierta para dar paso a un sentimiento de indignación contra ellos, por no dar una respuesta «proporcionada» a la provocación. El escenario actual es que ambos bandos se quieren eliminar uno al otro.
En medio de tantas pasiones y de ideas contrastantes, la mejor actitud para el observador externo debiera ser tratar de mantener el mayor nivel de neutralidad informada que sea posible, y evocar la paz.
La novelista Julia Navarro en su documentada novela histórica “Dispara, yo ya estoy muerto”, narra que, a la caída del imperio bizantino en la Primera Guerra Mundial, los territorios de palestina estaban bajo el imperio otomano, y los residentes pagaban alquiler por las tierras al sultán. Tras las violentas masacres contra los judíos en Rusia, Ucrania, Polonia y otras naciones, conocidas como “pogromos”; muchos judíos empezaron a emigrar a palestina, comprando las tierras al Sultán, y a menudo permitiendo a los residentes palestinos seguir viviendo en ellas y cultivarlas.
Judíos y palestinos vivieron en armonía hasta la sorpresiva “masacre de Hebrón”, de 1929, cuando un grupo de árabes palestinos armados con palos y cuchillos salieron a matar judíos en Jerusalén y sus alrededores obligando a huir a miles de judíos, rompiendo la armonía existente e iniciando la incontable cadena de fricciones, escaramuzas y guerras que han plagado las relaciones entre Israel y las naciones árabes a lo largo del último siglo.
En 1948, con la expiración del mandato británico de Palestina, el líder sionista David Ben Gurion declaró la independencia de Israel que, tras el rechazo de países árabes y de líderes palestinos, dio lugar a la Guerra árabe-israelí de 1948, que a su vez ocasionó la expulsión de cientos de miles de palestinos en lo que los árabes conocen como Nakba («catástrofe» o «desastre»)
Sin embargo, aunque se han dado momentos históricos en los que parece haberse encontrado la paz a través del dialogo, ha quedado demostrado que mientras con gobiernos en especial los moderados, se pueden llegar a acuerdos, con los terroristas no.
No solo hay dos bandos, no es una historia en blanco y negro, las identidades van respetadas si no prevén la eliminación del otro. Y además, este conflicto tiene raíces aún más lejanas, e intrincadas, donde confluyen intereses y visiones parcializadas y radicalizadas, difíciles de penetrar para el observador foráneo.
Más allá de polarizar las visiones miopes, lo que debieran prevalecer son acciones de solidaridad que ayuden a paliar la gigantesca crisis humanitaria que se está gestando, principalmente entre los pobladores de Gaza, Cisjordania y sus comunidades aledañas; sin dejar de ver el trauma renovado de millones de judíos, que viven de nuevo bajo la sombra de la amenaza global, ni olvidar al niño musulmán asesinado a cuchilladas, en un reciente horrendo crimen de odio en Chicago.
El pasado jueves en Francia, se realizó la Conferencia Internacional Humanitaria para Gaza. El presidente Emmanuel Macron anunció que aumentará de 20 a 100 millones de euros la ayuda para los palestinos este año y reiteró su apoyo al derecho de Israel a defenderse y por primera vez pidió un cese el fuego en la Franja de Gaza, algo que parece imposible, más ahora que se extiende el conflicto, que por cierto le conviene tanto a Rusia, que junto con China, se ha negado a condenar los ataques repugnantes del 7 de octubre.
Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Mateo 5,9.