(Foto: Ilustrativa/Pexels)

El verano del 2021 fue el más caliente en Europa desde cuando se empezaron a llevar registros, hace unos 200 años. Y la tendencia al aumento en las altas temperaturas parece confirmarse en el presente verano. Olas de calor muy agresivas ya se han presentado en varias zonas de Europa y el norte de África. En Asia suroriental se registraron temperaturas récord en época tan temprana como marzo, azotando con calores nunca vistos a regiones de India y Pakistán; y en algunas ciudades costaneras de Australia se registraron temperaturas de hasta 51 grados centígrados, no obstante, la brisa marina.

Quizás porque en los últimos cuatro años no ha habido huracanes de categoría 5, desafortunadamente la amenaza latente del cambio climático desaparece un poco de los grandes titulares. El calentamiento global es hoy más real que nunca y está impactando la economía, las cosechas, la calidad del aire y del agua, la geopolítica, la biología de bosques y mares, la demografía y los flujos migratorios con más fuerza que nunca, y mal haríamos en refugiarnos en la paz temporal y aparente por la ausencia de tormentas y tornados de máximo nivel.

Se sabe que la verdad de esta crisis, es maquillada, manipulada y politizada por grupos de presión y por lobbies financieros, entre los que se destaca la industria de los combustibles fósiles, que ha venido tratando de minimizar la responsabilidad de las grandes petroquímicas en la contaminación de mares y ríos, y el impacto de los vehículos de combustión en la salud del aire que respiramos y de la atmósfera y la ionósfera que nos protegen. Por eso mismo, hoy más que nunca es urgente informarnos sobre el peligro real que nos acecha y sobre cómo podemos vivir de la manera menos depredadora hacia nuestra casa planetaria.

Aunque son muchas las formas en que dañamos la naturaleza; algunas de ellas son las más peligrosas y urgentes de atender. Primero, según reportes del IPCC –el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático– las concentraciones de partículas de dióxido de carbono pronto aumentarán de manera constante a más de 400 por millón, y a un ritmo que pronto las llevará a niveles nunca vistos desde las últimas extinciones masivas de vida en la tierra. Si estos niveles llegan a igualar a los más altos que hubo en otras eras, en algunas décadas todas nuestras ciudades costeras podrían desaparecer bajo el agua.

Segundo, debido a que los mares absorben cerca del 50 por ciento del CO2 producido desde que empezó la revolución industrial, los océanos se están volviendo cada vez más ácidos y calientes, lo que los convierte en hostiles a muchas formas de vida marina, incluyendo los arrecifes de coral; y si los océanos colapsan, la vida en la tierra sería insostenible. Tercero, el aumento de las temperaturas está derritiendo el permafrost de Alaska y del Ártico, causando la liberación de miles de toneladas de gas metano que permanecía congelado, el cual es un agente de calentamiento diez veces más poderoso que el carbono.

Y cuarto, aunque sabemos que la vida en todas sus formas es tremendamente resiliente, y que las especies, al igual que los hombres, nos adaptamos en forma asombrosa a cambios drásticos en el ambiente, el rápido aumento en las concentraciones de CO2 y las crecientes temperaturas superarán la capacidad de adaptación de muchas formas de vida, y como consecuencia, muchas especies de flora y de fauna se extinguirán, como, de hecho, ya está sucediendo a un ritmo más que alarmante. Es hora de que despertemos del “letargo climático” y actuemos ante la inaplazable tarea de proteger nuestro nido planetario común.

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