Llega el mes de junio, y con él se multiplican las ceremonias de graduación en escuelas superiores, colegios y universidades a lo largo y ancho del país. Es un momento de fiesta para la mayoría de las familias, que han acompañado a sus hijos, hermanos, e incluso padres, en este viaje por la academia preparándose para asumir un trabajo o un encargo en una empresa, en tareas de gobierno, o en un emprendimiento personal.
Sin embargo, tanto los graduandos de hoy como el sistema educativo en su conjunto enfrentan desafíos que no pueden ser pasados por alto cuando se trata de la formación y preparación de nuestros jóvenes para que, una vez convertidos en profesionales, puedan asumir las riendas del país, en el recambio natural del liderazgo que se da, en instituciones, corporaciones, o en los nuevos emprendimientos que nacen de la creatividad de ellos mismos.
Hacia mediados del siglo XX, al terminar la última gran guerra, los colegios y universidades de Estados Unidos eran los líderes indiscutidos en cuanto a calidad y nivel educativo a nivel mundial. Sin embargo, a partir de los años 70 se inició un declive en el nivel de la educación, cuyas consecuencias se notan hoy en muchos campos. Para comienzos del nuevo siglo, en las pruebas estandarizadas PISA ya los bachilleres norteamericanos eran claramente superados por estudiantes de países como Japón, Corea o Nueva Zelanda en habilidades matemáticas, y de Finlandia, Canadá o Australia en habilidades lingüísticas. Para el 2018 en esas mismas pruebas, los campos de ciencias, matemáticas y lectura eran ampliamente dominados por estudiantes de China, Singapur, Macao y Hong Kong.
La gran crisis del núcleo familiar en los Estados Unidos también es responsable del aumento del fracaso escolar de nuestros niños. La ausencia prolongada o la inexistencia de una figura parental, a menudo incide negativamente en el aprovechamiento escolar. Además, algunas teorías psicológicas que hoy día son discutidas han limitado la capacidad de muchos padres y educadores para disciplinar a los menores, lo cual ha facilitado, como afirman muchos expertos, el estado de desbarajuste conductual, moral y psicológico que vemos hoy en muchos adolescentes. Los coletazos de esta descomposición se observan dramáticamente en los continuos y letales tiroteos que avergüenzan a los Estados Unidos frente al mundo.
Por otro lado, los fenómenos de la globalización también han tenido un fuerte efecto en la oferta y la demanda en el mercado educativo. Muchos estudiantes estadounidenses hoy día le temen al altísimo costo financiero de los préstamos educativos; lo que hace que muchos busquen ofertas más accesibles en Internet; al mismo tiempo, las grandes corporaciones reclutan trabajadores especializados en otros países, agudizando para los recién graduados la competencia por los buenos puestos de trabajo. Todo esto sin mencionar la hemorragia de profesores, que abandonan la docencia en muchas partes del mundo porque se sienten incapaces de lidiar con la indisciplina y la irreverencia de las nuevas generaciones. Todos estos son elementos de un rompecabezas que merece toda la atención de nuestros gobiernos, y que no va a tener solución si se siguen recortando los presupuestos escolares, y si se sigue ignorando la importancia de volver a educar en los ya casi olvidados valores del cumplimiento, la pulcritud, la obediencia, el respeto a la ley, al espacio del otro, y el sentido de pertenencia a una misma realidad nacional y a una única familia humana