Con el contundente triunfo de Donald J. Trump, quien asumirá la presidencia el próximo 20 de enero, surgen muchas preguntas de índole política, sociológica, cultural e incluso psicológica. Aunque Estados Unidos es la economía más fuerte del mundo y sigue en ascenso, muchos afirman que el factor económico predominó en las decisiones de los votantes estadounidenses. La economía mundial ha sido golpeada por la pandemia y las guerras iniciadas por Rusia y Hamás, y esta realidad afecta directamente el bolsillo de la mayoría. Por eso, resulta pertinente señalar las exorbitantes sumas de dinero gastadas en las campañas.
Según las cifras de varios observatorios, el gasto de la reciente campaña política en el país alcanzó la exorbitante suma de 16 mil millones de dólares (16 “billion” en inglés), lo cual supera en unos 1,600 millones el gasto registrado en 2020, cuando el total se estimó en 14,600 millones. Este aumento refleja cómo los costos de hacer política se multiplican, lo que deja a muchos buenos candidatos fuera de la contienda al no poder reunir cifras superiores a seis dígitos.
Con aproximadamente 141 millones de ciudadanos que votaron el martes, el costo promedio por voto a escala nacional asciende a 114 dólares. Sin embargo, desde que Pensilvania se consolidó como un «estado péndulo» —el de mayor número de votos electorales, con 19, entre los estados de su categoría—, ha atraído la atención de partidos y grupos de interés, como los PACs y SuperPACs, al ser vista como “la joya de la corona”. En las últimas semanas se oía decir que “quien gane Pensilvania ganará la presidencia”.
Por ello, el gasto electoral en Pensilvania superó con creces el promedio nacional y se acercó a los mil doscientos millones de dólares, según cálculos públicos que incluyen el gasto en Presidencia, Senado, Cámara y otros cargos de alto perfil. Esto representa un promedio de 174 dólares por voto, un 51 % más que el promedio nacional.
Estos elevados costos resultan de la falta de protecciones en el sistema electoral para limitar la influencia del dinero en las campañas políticas. La Constitución establece un límite a los aportes individuales a las campañas, que actualmente se sitúa en unos 3,300 dólares por persona. No obstante, las protecciones de la Primera Enmienda, que consideran el gasto político como una forma de “libertad de expresión”, han permitido el surgimiento de los PACs y SuperPACs, grupos que pueden gastar sin límites para apoyar a un candidato de manera externa.
Aun así, el nivel de influencia del dinero y de la publicidad en la conciencia de los votantes no siempre es claro, sobre todo si se considera que la candidata demócrata superó en mucho el recaudo del candidato republicano. Según la revista Forbes, la campaña de Harris recaudó más de 997 millones de dólares, mientras que Trump obtuvo 388 millones; pero ni siquiera esa gran diferencia evitó la contundente derrota sufrida por el Partido Demócrata.
A esto se suman los “costos emocionales” de la campaña. Miles de activistas y voluntarios trabajaron incansablemente para defender al país de amenazas graves, con el apoyo de figuras republicanas que asumieron riesgos políticos al respaldar públicamente a Harris.
Los resultados de esta campaña se analizarán en los próximos meses para descubrir las verdaderas razones que llevaron a la mayoría a desaprobar al Gobierno actual y a la campaña demócrata.
El tiempo revelará los otros costos que enfrentarán quienes, probablemente por desinformación o malinformación, votaron en contra de sus propios intereses, que en el caso de los latinos podrían ir mucho más allá de lo económico, y ser aún más peligrosos que las posturas contrarias al financiamiento de Ucrania y al respaldo a Israel. Conviene tener una visión amplia.
Queda por ver cuáles serán las acciones del movimiento MAGA y de los “republicanos” en el poder, y qué luchas internas se presentarán. Para quienes tienen claras las motivaciones de devolver el trumpismo a la presidencia, surge el cuestionamiento sobre la viabilidad de sus planes, pero sobre todo, sobre la moralidad de sus acciones, al ignorar todas las evidencias sobre quien ocupará la Casa Blanca.
Además de lo que ya ha demostrado, su simulación de un acto sexual con un micrófono debería haber alertado a sus votantes —especialmente a los “conservadores” preocupados por la ideología de género y la hipersexualización— de que el ahora errático presidente electo está aún más deteriorado, y que el poder casi absoluto que se le ha conferido podría tener efectos tan terribles como irreversibles que habremos de pagar todos.