(Foto: Ilustrativa/Pexels)

El mes de marzo está dedicado a exaltar a la mujer y los progresos que la humanidad viene haciendo por la protección y el respeto de sus derechos, y la equidad social y política. Pero en esta lucha, a menudo las mujeres también son víctimas de la manipulación del lenguaje y la desviación y destrucción de los valores y virtudes que han venido custodiando.

Fue a mediados de 2016 cuando el editor Craig Silverman notó una serie de noticias muy increíbles circulando por la red. Tras seguirles la pista atentamente, descubrió que en una pequeña región de Macedonia se concentraban docenas de sitios web enteramente dedicados a producir noticias impactantes y falsas. Por la época, muchas se referían a Donald Trump o a Hillary Clinton. Resultó que docenas de internautas macedonios habían hallado un modo fácil de atraer millones de visitas a sus sitios. Nacía oficialmente la era de las “fake news”.

Pero las noticias falsas son solo el desarrollo lógico de un fenómeno mucho más nocivo y antiguo, inaugurado por la Rusia soviética y perfeccionado por la Alemania nazi: la manipulación del lenguaje con fines ideológicos o políticos, para lograr insertar antivalores con una apariencia de valores, de modo que la sociedad se los trague sin resistencia.

Hoy en día, la mujer suele ser una víctima más de esta tergiversación y manipulación del lenguaje, que a través de campañas bien orquestadas buscan hacerle creer que se le están entregando nuevas libertades. Por eso se oyen expresiones como “el derecho a elegir”, que en realidad quiere decir “el derecho sobre una vida inocente”; o de “derechos reproductivos”, otro eufemismo como “interrupción voluntaria del embarazo”, que son máscaras lingüísticas para decir “aborto”; como si el embarazo se pudiera “interrumpir” y más tarde “reanudar”.

Por siglos la mujer ha sido el cofre, la “caja fuerte”, el joyero que recogía y custodiaba los mejores tesoros, valores y talentos de la raza humana; algo lógico, pues, aparte de ser la encargada de llevar en su seno la vida nueva, nutrirla hasta el parto y protegerla hasta que el nuevo ser adquiera autonomía, también ha sido la encargada de enseñar el amor, la ternura, la fe, la confianza, la curiosidad y el optimismo a los hijos, todas ellas virtudes típicas del talante y el genio femeninos. Así mismo, la mujer ha sido la fuerza de la religión, por su natural sensibilidad hacia lo espiritual y lo trascendente.

Días atrás, en Colombia se aprobó la ley que permite abortar al niño de seis meses de vida; una medida que, probablemente, veremos extenderse pronto por toda América. Pero al otorgarle el “derecho” solo a la madre, sobre la vida que crece en su vientre, –y que es el milagro más hermoso e increíble de la naturaleza–, la sociedad podría convalidar que las madres se conviertan en su propio verdugo, volviéndose contra sí mismas, quitando la vida al fruto de sus entrañas, autoinfligiéndose así unas heridas que durarán para siempre. Tenemos que empeñarnos en la prevención de los embarazos no deseados, y en la ayuda eficaz a las mujeres que se encuentren ante la disyuntiva de convertirse en madres por falta de múltiples tipos de recursos.

A la par hay que crear estímulos para ofrecer formación profesional y apoyo al emprendimiento femenino, fortificar la paridad en los puestos de responsabilidad y liderazgo en empresas y gobierno; fortalecer las leyes para la protección contra la violencia doméstica, entre muchas otras deudas, como la reforma a los sistemas judiciales para que el abuso y el feminicidio no sean tratados con laxitud hacia los victimarios, olvidando que un crimen contra cualquier mujer es un crimen contra la humanidad en su conjunto.

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