(Foto: Ilustrativa/Pexels)

Se acerca el San Valentín, y con este, el “nerviosismo de Cupido” empieza a sentirse por todas partes. Los enamorados empiezan a visionar regalos, calcular costos, imaginar cenas con velas y jazz; las novias empiezan a fantasear sobre las sorpresas que les preparan sus príncipes azules; los comerciantes llenan sus vitrinas de adornos y artículos románticos y los fabricantes de chocolates y dulcería fina trabajarán a tope para llenar la demanda de esta fecha especial.

Más allá de la agitación y la barahúnda comercial, en la penumbra de sus cuartos o en el silencio de sus conciencias, muchos tienen otra preocupación, que para algunos es incluso un drama: ¿San Valentín para qué? ¿cupido para quién? ¿amor, en dónde? ¿acaso no llevo años esperando la pareja ideal? ¿acaso el amor solo es un objeto comercial que se compra hasta por internet, solo o “en combo”? O acaso, ¿es que el amor verdadero aún existe?

Ya desde la Grecia clásica, Aristófanes hablaba del amor como lo más grande y hermoso a lo que puede aspirar el ser humano; después, Sócrates lo describió como la búsqueda de algo que nos falta, para llenar un vacío y, por lo tanto, siempre en riesgo de no cumplirse. En nuestra era, Schopenhauer dirá con pesimismo que solo sabemos que amamos algo cuando lo perdemos. En la Cristiandad Pablo argumenta que el amor verdadero no busca la felicidad de sí mismo, sino que se vuelca siempre hacia el otro, que todo lo entrega, lo espera y lo soporta. Pero en la modernidad se suele creer en el amor romántico, donde cada uno elige libremente a quien amar y espera llegar al altar con el corazón avasallado de un amor volcánico y delirante.

A medida que los valores objetivos se fueron diluyendo y se impuso el relativismo, el amor se ha ido desdibujando, y muchos lo confunden hoy con el enamoramiento, la emoción, la excitación, los afectos y el sexo. Esta incapacidad para entender lo que es cada cosa ha hecho que cada vez más las relaciones amorosas se apoyen sobre algo tan frágil como la belleza externa, la figura, la simpatía; los talentos, o aún peor, la fama o los bienes materiales. Muchos se fabrican su propia imagen de su “príncipe azul”, generando unas expectativas demasiado elevadas; que al empezar la convivencia se revelan infundadas, y en poco tiempo los muy sonados cuentos superficiales terminan en muy sonoras rupturas y costosos divorcios.

Peor aún, algunos interpretan ese amor como derecho a poseer al otro como un objeto para la propia felicidad y satisfacción, y si la pareja no se adapta a su rol de servidumbre o esclavitud, nacen la coerción, las amenazas y el maltrato. Hoy son alarmantes las cifras de violencia doméstica que sufren diariamente millones de mujeres en todo el mundo, y también, aunque menos frecuente, de miles hombres. Por eso es válida la pregunta: “¿San Valentín, para quién?”.

Si eres alguien que espera celebrar este San Valentín con una persona a la que llamas especial, interrógate: ¿Qué la hace especial? ¿Cómo le demuestras que valoras su amor y sus cualidades? ¿La amas como ella quiere ser amada, o la amas “a tu manera”?  Respondamos con sinceridad, y quizás entonces ayudaremos a renacer el amor verdadero, y honraremos con nuestra conducta la memoria del valiente cura Valentín, que dio su vida por proteger a los enamorados de las injustas leyes del emperador Claudio.

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