No hay que ser profetas para saber que nuestras sociedades están haciendo agua por muchos frentes; y aunque los gobiernos y las instituciones, desde diferentes orillas, hacen lo posible por salirle al paso a los múltiples desafíos de cada día; la sola acción del Estado o de las organizaciones nunca podrá cubrir todos los espacios que urgen de atención y cuidados para salir de la crisis. Aunque a veces creamos que los gobiernos son todopoderosos, en realidad, su capacidad para impactar y cambiar la realidad cotidiana sin nuestra ayuda, es limitada.
Por eso es necesario que cada persona con conciencia civil y sentido de pertenencia, se haga cargo de la responsabilidad que le toca en afrontar las preocupantes señales de deterioro que perturban nuestra sociedad. Es urgente que cada uno de nosotros se autoconvoque y salga a dar la batalla para recuperar la paz de nuestras calles y comunidades; de que cada uno se convierta en un auténtico y eficaz “agente de cambio”.
¿Y qué es ser un agente de cambio? Los hay de diferentes perfiles; pero, en general, es alguien con suficiente sensibilidad y capacidad de observación para detectar la decadencia de una organización o sociedad, y que decide poner sus talentos y fortalezas en el esfuerzo por enderezar el rumbo. Es alguien capaz de perfilar las fuerzas destructivas, analizar el mejor modo de neutralizarlas, hallar los estímulos positivos para sustituirlas, y descubrir y potenciar los talentos y habilidades de todos los involucrados en ella.
En los años 80, una jovencita latina, servicial y estudiosa, veía de cerca los muchos problemas que tenía su barrio: pobreza, desempleo, narcomenudeo, desarraigo y desatención escolar; en los 90, ya adulta, decidió unirse a los políticos latinos de entonces para trabajar por su comunidad. En el despuntar del siglo XXI, esta indomable hija de boricuas decidió que si quería transformar al barrio tenía que jugársela toda, y lucho hasta obtener la representación al Concejo del Distrito 7. Desde allí, María Quiñones ha dado las más grandes batallas para que los latinos tengamos hoy mayor acceso a la salud, al microcrédito, a la seguridad, a la educación y al empleo.
Por la misma época otro joven hispano llegó a Filadelfia, recién graduado del Seminario Teológico de Harlem, y rápidamente empezó a organizar a sus colegas clérigos para defender desde los púlpitos las causas sociales y civiles del barrio. En 1986, el joven reverendo Luis Cortés fundó Esperanza, deseando traer precisamente eso; esperanza a los niños, jóvenes y familias de todo el sector. Hoy Esperanza con sus doce divisiones, es una organización que lidera la revitalización de la comunidad a través de la educación, del desarrollo económico, laboral, cultural y artístico; la formación profesional y el empoderamiento comunitario; además de estar en la primera línea de defensa contra la gentrificación y de la expulsión de los latinos del que ha sido su espacio por casi un siglo.
Y en los mismos 80, procedente de Washington, también a llegó Filadelfia una abogada recién graduada, atraída por la gran colonia hispana local. En pocos años, Alba Martínez pasó de ser una abogada de los desarraigados a una líder en la defensa de las causas comunes de los hispanos de la ciudad. Desde el Congreso de Latinos Unidos, la United Way y Vanguard, Martínez dio la batalla por la mejora financiera y el apoyo estatal a los emprendedores hispanos, y ahora cruzar a una nueva aventura para dar rienda a su vena artística, e innovar con su gran proyecto multicultural e interdisciplinario de la Guagua 47. Estos son solo 3 ejemplos de ciudadanos del común que, viendo una necesidad apremiante a su alrededor, la hicieron suya y se convirtieron en tres poderosos agentes de cambio; y la prueba es que de su accionar nos hemos beneficiado todos, por el éxito de uno de nosotros, cuando se piensa en comunidad, es un éxito que se comparte.