Donald Trump será de nuevo presidente de EE. UU. pero ahora en una versión 2.0 y con más poder y menos que perder. Crecen, de un lado, las expectativas de lo que podrá ser este segundo período del líder de movimiento MAGA, y del otro, la incertidumbre de aquellos que temen que empiece un período de retos mayúsculos, tanto en temas de derechos humanos y civiles, pasando por la persecución de inmigrantes y la atención social a sectores vulnerables que dependen de programas asistenciales, hasta el abuso del poder que privilegie a un más a los multimillonarios.
Politólogos y especialistas prevén que el paquete de Ordenes Ejecutivas anunciadas por el presidente desde su primer día en la Oficina Oval, podrían incluir nuevas regulaciones y restricciones en temas como la vigilancia y control más estricto de la frontera sur, incluida la posibilidad de un cierre; el endurecimiento de normas para contratar inmigrantes no regulares; el perdón y liberación de algunos presos, incluidos los subversivos que protagonizaron el asalto al Capitolio, la eliminación de regulaciones que, según él, hacen aumentar el costo de bienes y viviendas, conquistas alcanzadas por la comunidad LGBTQ+, el desmonte de algunas normas ambientales, y según prometió en su campaña, acabar con los conflictos bélicos desde el día uno.
Los programas de noticas y análisis alrededor de mundo, elucubran con no poca ansiedad, sobre cómo les podrían afectar las decisiones que el nuevo gobierno estipule, cuando pasen del dicho al hecho.
Las señales enviadas desde su triunfo en las urnas no son muy alentadoras, considerando su nueva obsesión expansionista, y los leales que ha venido seleccionando para ocupar puestos claves, aunque no cumplan con la experiencia que solían tener sus antecesores, fueran del partido que fueran.
Sus aliados históricos, como la Unión Europea, y más cerca, sus vecinos Canadá y México, también siguen sin salir de la sorpresa, ante declaraciones que pudieran bien estar dirigidas a los no poco enemigos de Estados Unidos.
La incertidumbre es la palabra de orden, a la que muchos prefieren enfrentar minimizándola, y esperando a que cuando Trump tome el poder, se queden en el olvido muchas de sus amenazantes promesas.
Localmente, tanto el gobernador Shapiro como la alcaldesa Parker enfrentan sus propios desafíos. Los representantes de Pensilvania en el Senado, representados por el republicano David H. McCormick y el demócrata John Fetterman, siguen midiendo terreno, el primero por estrenarse en el cargo y el segundo por considerar que representa a un estado que eligió que lo gobernara Trump.
Tanto Fettherman como Parker han sido cuestionados por la poca claridad de sus posturas en temas que atañen a la comunidad latina, como el de la migración; en especial, en lo referente al alardeado plan de realizar deportaciones masivas, pero ambos han dejado en claro públicamente su deseo de superar las diferencias del tiempo de campaña y su disposición a reunirse con el presidente, (Fettherman ya lo hizo), expresando la apertura de cooperar con el nuevo gobierno para buscar soluciones a las necesidades de los ciudadanos sin importar su afiliación política.
Pero si bien, su vocación y capacidad de priorizar el bien común por encima de las diferencias ideológicas les permite trabajar también para los que optaron por votar por Trump, (y no por la candidata por la que hicieron campaña), no se les debe olvidar que ellos en su momento fueron elegidos por demócratas, a los que también representan y a los cuales les deben sus puestos; y que, en especial en Filadelfia, fueron mayoría en las urnas, apoyando la agenda expuesta por el Partido Demócrata, y rechazando las propuestas de MAGA.
En unos días empezará a terminar la incertidumbre y se irán comprobando cuáles son los principios y valores que prioricen todos los funcionarios públicos de Pensilvania independientemente de su filiación política, que tendrán el reto de lidiar en un escenario inédito, que lo describiera el presidente saliente, Joe Biden, en su último discurso a la nación desde la Casa Blanca.