A lo largo de toda su historia la gran fuerza y la sabia vital de los Estados Unidos han sido los inmigrantes. Ellos le han aportado fuerza de trabajo a sus campos y sus fábricas, mentes brillantes a sus universidades, talento a su música, artes y letras; estilo y arquitectura a sus calles, ingenio e inventiva a sus empresas, sabores universales a su gastronomía, colores y atuendos llamativos su ropa y, en medio de todo ello, impuestos y riqueza a su economía.
Por siglos, la capacidad del país para atraer el mejor talento mundial ha impulsado la posición de vanguardia de EEUU en el mundo; para ejemplo baste mencionar a algunos inmigrantes célebres, como el croata Nikola Tesla, el sudafricano Elon Musk, fundador de SpaceX –y graduado en la Universidad de Pensilvania—; el ruso Sergey Brin, cofundador de google; el chino Jerry Yang, cofundador de Yahoo, el magnate australiano Rupert Murdoch,
En el mundo de las artes, deporte y entretenimiento destacan figuras como el jamaiquino Bob Marley, las cubanas Celia Cruz y Gloria Estefan, la colombiana Sofía Vergara, la española Penélope Cruz, el alemán Bruce Willis, los mexicanos Carlos Santana, y los tres directores que han sido premiados con varios premios Oscar; y que decir de los dominicanos Oscar de la Renta y Sammy Sosa.
América a su vez les ha compensado ofreciéndole las ventajas de un país donde todo hombre y mujer con deseo de trabajar, de crecer y desarrollarse, podía encontrar el suelo más fértil para sus proyectos y sus ideas, confirmando que “el sueño americano” no tenía competidores con las mismas facilidades en ningún otro lugar de la tierra y contribuyendo a atraer a este país ciudadanos de cada pueblo, etnia y nación.
Por eso las manifestaciones de supremacismo y de xenofobia que se fueron extendiendo durante los últimos años han sorprendido tanto a los inmigrantes en el país, como a los que desde afuera miraban con asombro e incredulidad el inesperado cambio en el trato hacia los inmigrantes que les estaba dando, “la nación más espléndida sobre la tierra”, como amaba describirla el expresidente Barack Obama.
Pero si durante el gobierno anterior, los ataques antinmigrantes crecieron y el supremacismo estuvo a punto de adquirir carta de ciudadanía; en este momento es una fuente de preocupación mayor el crecimiento del odio racial hacia los ciudadanos orientales. Prueba absurda de ello ha sido el ataque que dejó en marzo 8 muertes en Atlanta, entre ellas 6 mujeres de origen asiático. Por tanto, este es el momento en que todas las minorías debemos alzar nuestra voz y pronunciarnos enérgicamente contra cualquier tipo de discriminación y rechazo a cualquier minoría, pero ahora especialmente hacia los inmigrantes de origen asiático.
Sin embargo, el odio racial no se combate solo con campañas, leyes o denuncias. El modo más efectivo de desmontar la desconfianza racial es que cada uno de nosotros, superando las propias tendencias grupalistas, sea capaz de abrir su mente, sus manos y su corazón a sus conocidos orientales. Si tu peluquera es china, quizás puedas interesarte un poco por su vida; si una oriental limpia tu casa, tal vez puedas invitarla a tomar algo; si tu vecino es un asiático, quizás aún puedas participarle unos dulces de pascua. Al final, ¿qué sería de América sin las películas de Jackie Chan o Bruce Lee? ¿Sin la increíble música de Yo-yo ma, la ciencia de Qian Xuesen, sin sus exóticos “chinatowns”, y sin los mulfifacéticos sabores que la gastronomía oriental le ha regalado a los Estados Unidos?